LO HE LEIDO, LO HE SOÑADO, LO HE VIVIDO..., YA NO LO RECUERDO, QUE MÁS DA.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

El sapo





Aquí estoy. Aquí me encuentro, hundido en este espeso cenagal, inmovilizante, preso de mi inanimada vida. Siempre esperando que la suerte se acerque a mi alargada lengua, único musculo capaz de moverse hacia donde mi pereza corporal, no puede o no quiere llegar.
No sé si me hice o nací, en esta naturaleza Kafkiana que no me incentiva a luchar ágilmente por mi cotidiano porvenir. Seguramente provengo de gráciles batracios, saltadores y nadadores en fluidos de libertad, y alguna contrariedad congénita o adquirida, me dio lugar a esta atascada vivencia en la que solo espero, perezosamente, esforzándome pasivamente con impaciencias secretoras de efluvios de cinismo irresponsable, que no camina hacia ningún lado.
A lo mejor, si me atreviera a salir de este barro en el que voluntariamente me escondo, y pudiera limpiar mi falta de voluntad en alguna clara fuente de libertad, se me cambiara este rasposo aspecto que al mundo le impide comprenderme, y a lo mejor, sin tener que saltar demasiado, pudiera vivir como un normal anfibio, capaz de caminar en esta vida de asfalto y horarios obligatorios, alternando en escapadas a vocacionales charcas de mi deseado hábitat natural.


domingo, 26 de noviembre de 2017

¿Puede ser el humano su dueño, su Dios?




      ¿PUEDE SER  EL HUMANO SU DUEÑO, SU DIOS?



A veces echo mi alma sobre soñados arroyos cristalinos, para que nade y se sumerja en sus trasparentes verdades de siempre y de más allá. Yo desde la orilla la sigo, parándome en sus remolinos de duda o avanzando serenamente en las tranquilas corrientes que caen por inclinadas lógicas. Hablamos y conversamos, yo con mis extrañas preguntas, mientras que ella me responde con sus humildes certezas.

-¿Qué sería de los obreros sin patrón, sin dueño?- Le pregunto.- Obreros amantes de sus trabajos, detallistas de sus labores profesionales de toda índole. Los que recolectan el alimento de la tierra y el mar, los que fabrican utensilios  necesarios para la vida, los que construyen sencillas viviendas imprescindibles para el cobijo o las prendas de vestir protectoras de intimidades y fríos. Obreros que saben de sus oficios con elevados conocimientos de maña y perfección.

Y la respuesta entre dudas me dice que el patrón, el dueño, el que manda, tan solo se encarga de mandar; de poner abusivos horarios de jornada y mínimos sueldos que le aporten a su dirigente intervención una máxima rentabilidad.

Después mi pregunta se hace un poco más incisiva, indagando sobre necesidades de dirigentes para el obrero; recibiendo contestaciones de que a lo mejor los obreros deberían de estar orientados por formados  especialistas, capaces de guiar la producción de productos, según la necesidades de un pueblo equilibradamente consumidor, respetuoso con un medio ambiente, aportador de las riquezas naturales que deben de ser inteligentemente respetadas. Para esto, debieran mandar exclusivamente los más sabios conocedores de lo mejor para la vida y el género humano.

El obrero, sí, necesita dirigentes, pero tan humildes que supieran reconocer que la labor de los sagrados artesanos, tendría derecho a ser reconocida con la misma valoración profesional que la de ellos. Ya que los dirigentes, no deben de ser absolutos protagonistas de guiar a un pueblo obrero como si fuera un rebaño, sino siendo respetuosos orientadores que saben que cada especialista es único en su oficio, imprescindible para una labor en común.

Ahora, mi pregunta se cambia de escenario, pues a sabiendas de que el humano, primitivamente, no puede pasar sin dirigentes, sin líderes; le viene a mi duda una pregunta posiblemente, completamente imprudente.

-¿Qué sería de los que aman, sin Dios? Alma mía, tú que te tuteas con profundas verdades, dime si puedes ¿Que sería de los verdaderos adoradores del amor, en espíritu y en verdad, sin religión, sin líderes que sustituyan sus faltas de fe en sí mismos?

-¿Qué sería del creyente sin Dios?

¿Del creyente que cree que cada ser, que cada parte de la existencia, contiene íntegramente la individual imagen de un todo divino que variadamente proyecta su infinita diversidad.

 Del creyente que cree que en su humana complejidad, dispone de un universo de sentimientos, empatías y comprensiones, a través de los cuales puede sentirse, humildemente conocedor, de todo existencial misterio, que solo a través de sí mismo puede descubrir.

 Del creyente que cree que no hay clases de altas y bajas categorías entre las sustancias creadas y creadoras, en una infinita procreación existencial. Que no hay una separada Divinidad, absoluta y poderosa, habitadora de celestes alturas, y un bajo mundo, indigno de toda gracia, por la bastarda esencia de su vil naturaleza?

Y mi buceadora alma, buscando verdades en la trasparente claridad de lo profundo, me dice que le queda mucho por nadar para descubrir repuestas, nunca concluyentes. Pero que cree que se encuentra en la buena ruta de saber: que llegará un tiempo en el que cualquier humano creyente, se sentirá completo en sí mismo, a sabiendas de que si quiere buscarse la verdad, tan solo tendrá que mirarse por dentro y preguntarle a su alma, siempre habitadora de profundos arroyos cristalinos; conectados todos a la divina grandeza que somos, y que nos contiene.
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miércoles, 22 de noviembre de 2017

Hay una vida en la vida




Hay una vida en la vida
que rema a contracorriente
a pesar de una aparente
precipitada caída
hacia incoherencias de mente.
Barquitas que van subiendo
movidas por remadores
tenaces y verdaderos
que en contra de lo corriente,
ascienden hacia la fuente
de los valores primeros
de orígenes residentes,
salvadores de lo humano
que el consumismo pervierte.
Que se crezcan, esperemos,
cada vez más los que sienten
antes de que al fin lleguemos
a cataratas de muerte.
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Siempre pegada a mí, llevo su sombra.
De la mano me anima a subir la solitaria vereda.
A mi lado camina, y se sienta, y vela,
siempre curiosa: del dolor, de la sonrisa, del humor, del amor,
del odio, del hambre, del hombre, del hombro que se carga de vida y de muerte,
del inocente que paga la culpa de los que  nunca se disculpan,
de la verdad que siempre rehúye hacia espejismos del más allá,
del Dios que tiene tantos nombres y tantas formas de existencia
 que abarca hasta la de no existir.
Siempre va conmigo: parasitando mis sentidos, entrometiéndose en mis conversaciones,
atormentando mis silencios e incomodando mis descansos.
Infantil instigación del saber que me pide cuestionarlo todo,
aunque mis inestables  respuestas, sean siempre guiadas
por esa insatisfecha inquietud que constantemente me incita a andar con las ideas:
“LA PREGUNTA”

Desde cero





                       DESDE CERO

Escribe un dialogo en el que un anciano le explica a un niño, un deporte desconocido para él.



En la humilde estancia de una labriega casona situada en una reducida población. Poco después de que el sol se desperezara de su rojizo amanecer. Un joven abuelo se dispuso a preparar los indispensables bártulos para su labor cotidiana.
 Mientras tanto, su adorado nieto, recién llegado de la cercana ciudad, donde había cursado el último curso de primaria, y curioso por todo lo que su atareado abuelo, en todo momento decidiera hacer. No tuvo por menos que preguntarle.

-¿Adónde vas, Abuelo? -Le preguntó con imprudente impronta.
-Voy a hacer deporte. -Le dijo con determinante expresión.
-¿A hacer deporte? -Le volvió a preguntar, dudando de su increíble definición.
-Si quieres te vienes conmigo, y ya lo verás.

 Abuelo y nieto, salieron cruzando callejuelas, irregularmente empedradas, en la que abundaba una gran cantidad de basuras ecológicas. Tales como cagarrutas de cabras que corrían libremente en busca de su pastor y cajoneras de aparejados mulos que portaban ataharres y angarillas, preparadas para el trasporte de mieses por recolectar.

-Que mal huele. –Dijo el nieto, frunciendo su gesto a modo de obstrucción respiratoria, ante aquel espeso  aroma popular que seguidamente el abuelo dulcificó manifestando que era  olor a vida natural. El que seguro, más adelante, sería tomado por él, como nostálgico y añorado recuerdo de infancia.
 Trascurrida una pequeña andadura por un estrecho camino, por el cual había que andar salteando toda clase de embarrizadas huellas, el fibroso abuelo dijo satisfecho.

-Ya hemos llegado, mira que vega más bonita. Aquí plantaremos y cultivaremos, pimientos, tomates, lechugas y todo lo que podamos, sin usar insecticidas ni ningún tipo de producto químico.
-Sí abuelo ¿Pero no decías que íbamos a hacer deporte?
-Sí, toma este amocafre que yo cogeré la escardilla. Vamos a cavar la huerta.
-¡Ah! Eso no es deporte.
-Tú cava, y ya verás lo fuerte que te pones.
-Sí, pero en el deporte hay sobretodo competición.
-Y aquí también, ya que competimos contra los que contaminan. Contra toda esa manufactura industrial que se empeña en vender productos sintéticamente elaborados, contenedores de los más perversos engaña- sabores. Competimos contra los culpables del cambio climático, que están desertizando este mundo. Y contra los responsables de que disminuya la capa de ozono, protectora de los dañinos rayos ultravioleta.
 Competición que al final ganaremos si potenciamos la agricultura ecológica y adoptamos un consumo que mantenga el equilibrio de una exquisita naturaleza, que solo puede supervivir si luchamos por ella con armas de labranza. En tus manos y en las manos de jóvenes como tú, está el triunfo de una vida responsable y respetuosa con nuestro querido planeta Tierra.

-Sí abuelo, me has convencido,  practicaré este digno deporte que tú me has enseñado, y de parte de nuestro dolido planeta Tierra, “ganaremos”.


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                                  LA PANADERA


Ya hacia un buen rato que la luz de la tarde había tomado un tono cobrizo, cuando el veinteañero Emeterio echó en falta un poco de pan para la cena. Seguramente la cercana panadería estaba a punto de cerrar, pensó el tímido estudiante, deseoso y temeroso a la vez, por visitar aquel expositor de tostadas piezas de oloroso pan, en el que destacaba el bello manjar de una panadera que siempre le estimulaba el mayor de sus apetitos.
 El delgado Emeterio empujó tímidamente la entornada puerta del aromático comercio.

-¡Estoy cerrando!-Respondió desde dentro la femenina y recia voz de Ramona, la panadera.
-¡Ah, Si eres tú! ¡Pasa muchacho! ¿Qué deseas? Dijo con pícara sonrisa la sonrosada expendedora de pan, que aparentaba estar en edad de óptima maduración.
 Su reducida bata blanca, ceñía sin pliegues su contorneada figura, cuya vigorosa realidad no necesitaba ser imaginada.

-¡Phis! -Le siseó Ramona- ¿Que qué quieres?- Le reiteró con sabia socarronería.
-Sí, quería un bollo.-Respondió con voz entrecortada el azorado joven, sin dejar de mirar aquella rebosante hermosura que lo tenía gratamente hipnotizado. Pues sus táctiles ojos habían escalado poco a poco hasta un desabrochado escote que apenas podía sujetar unas amplias y aterciopeladas redondeces, concurrentes hacia una dulce cañada donde cualquier mirada caería en precipitada cascada.

-Perdona muchacho, vienes mucho por aquí pero no sé cómo te llamas.
-Sí, señora Jamona, digo Ramona, yo me llamo Emeterio y paro en una cercana pensión, pues estudio Ingeniería Técnica en la rama de electrónica, en la escuela de peritos de aquí, de Málaga.
-¡Mira que suerte!- Dijo la jovial panadera.-Precisamente necesito que un guapo experto como tú, sintonice los  canales de mi televisión, que los tengo bastante desordenados ¡Anda, pasa! Y de camino te pongo una cervecita y unas tapitas, que te veo falto de atenciones.

 Como en la ocupada mente de Emeterio no quedaba espacio para ninguna otra decisión que no fuera la de seguirla, sin pensárselo avanzó detrás de aquel hermoso trasero, que se movía con vaivenes que podían marear al más experto marinero, hasta llegar a una acogedora habitación donde se encontraba la tele, una mesita y un gran sofá.

-Acomódate, hijo, que yo te voy a preparar unos aperitivos que te vas a chupar los dedos.

Mientras él  manipulaba el mando televisivo, ella le animó a que bebiera y comiera de aquellos jugosos embutidos de tan buena presencia,  a los que pronto les dio fin.

-¡Tenias hambre, eh! –Sonó tras de él la cálida voz de la hermosa Ramona, cada vez más cercana a su nuca. Segundos después un elástico roce presionó sus espaldas, a la vez que unas hábiles manos masajeaban sus endurecidos músculos cervicales.

-Estás muy tenso, relájate.

 Las expertas manos de la panadera  deslizaron sus caricias hacia el inexplorado  pecho del muchacho, en el cual, un tambor interior parecía querer salirse.

-Deja la tele y sintonízame a mí, que estoy necesitada de que alguien me ponga a tono.

 Con un sencillo movimiento el articulado sofá, quedó trasformado en cama, mientras que ella, sin dejar de acariciarlo, lo iba desnudando con el armonioso juego de sus manos. La desabrochada bata y las pequeñas prendas interiores de la desenvuelta mujer, cayeron al suelo como muda invernal que deja paso a una hermosa primavera.

-Ven aquí y no me cojas frio.-Dijo la amante seductora mientras abría sus acogedoras caricias a un receptor abrazo que arropó casi por completo a aquella cimbreante figura que no paraba de mover cada uno de los seiscientos cincuenta músculos con los que estaba dotado su fibroso cuerpo.

 Aquellos dos cuerpos, seguramente viajaron a alguna dimensión de indescriptibles coordenadas donde está permitido ir, pero nunca quedarse, por lo que después de una prolongada estancia, tuvieron que regresar de aquel placentero ensueño del que tardaron en despertar.

-Es tarde.-Dijo ella.-Tendrás que irte.
-Sí, cada uno debe de vivir su vida.-Dijo él mientras se vestía.
-Llévate tu bollo.-Le recomendó ella preocupada por su desgastada vigorosidad.
-Si tú me lo dices me lo llevaré aunque voy altamente satisfecho.

 Al salir a la calle, el joven estudiante percibió como lejano el bullicio que lo rodeaba, su algodonado cuerpo estaba aislado de toda inclemencia exterior, sintiendo que casi levitaba. Más un aroma de pan y besos lo acompañó como incrustado recuerdo de su existencia hasta que su juventud llegó a una avanzada edad.

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