No quiero bajar,
no quiero abandonar este paisaje vivo, repleto de armoniosos mensajes que ahondan en el
silencio que me siento.
Porque atento, yo oigo la dulce melodía del
cantarin arroyuelo, acompañado, quizás a coro, por suaves trinos y susurros de
hojas bailarinas.
Musical nana despertadora de almas,
que me abre a sentir la caricia del aire y el
olor de una tierra, delicadamente perfumada con verdes aromas de salvia y mejorana.
No quiero bajar de este alto mirar que
sobrevuela sobre un ancho valle, salpicado de blanqueadas moradas de cotidianos
problemas,
que tan pequeños llegan hasta mí.
No quisiera bajar de este elevado silencio,
desde el que puedo sentir un paisaje tan
pacíficamente vivo,
a no ser que se rinda mi espera,
a la que siempre me espera.
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CLARA Y SUS PRÍNCIPES
En un cercano lugar vivía una hermosa joven
llamada Blanca, portadora de unas formas que eran a la vez armoniosas y
deportivas. Su elegante y altiva figura que destacaba sobre su mediocre
entorno, le daban una digna categoría de princesa.
Muy cercana a ella también estaba su bella y
majestuosa madre, la cual desde el nacimiento de su protegida descendiente, le
había trasmitido el venerable hechizo de que nunca se sintiera por debajo de
nadie.
Por eso la joven alteza creció sintiéndose cada
vez más segura de sí misma y de sus posibles aptitudes para hacerse una madura
mujer tan sabia como su madre.
Para ello a través de distintas fuentes y
experiencias, consiguió una extensa cultura que le dio una altura de visión por
encima de lo corriente.
Muy satisfecha estaba la excelentísima joven en
todas las facetas del conocimiento, aunque no tanto con lo relacionado con su
vida amorosa, ya que todos los varones con categoría cultural de príncipes,
cuando se acercaban al elevado rango de la princesa, debido a sus inferiores
estaturas, se sentían vergonzosamente como enanos.
Así pasó un tiempo salpicado de frustrantes
experiencias, las cuales llegaron a hacerle creer que nunca conseguiría una
relación estable e intensa, como ella deseaba.
Aquella hermosa y simpática joven siempre
disimulaba sus íntimas preocupaciones aunque a su sabia madre no la podía
engañar.
-¿Qué te pasa, querida hija? Te veo diferente,
-le dijo su madre cierto día.
-Ya sabes que todos tus problemas son también
míos, y que puedes contármelos con la confianza de que yo te los voy a
comprender, y quizás pueda darte alguna solución, aprendida a lo largo de mis
experimentados años.
Pocos minutos pasaron de un espacio temporal que
parecía prolongarse como la fatigosa apnea que quiere salir de profundidades
submarinas, hasta que la reservada Blanca consiguió exteriorizar sus íntimos
sentimientos.
-¡Querida madre! No me pasa nada importante, tan
solo que no encuentro amor a mi medida, seguramente por culpa de que soy muy
exigente con mis pretendientes, y ellos pronto se rinden a llegar a la altura
que yo espero de ellos.
-No te preocupes mi bella princesa, es natural
que a tu edad tengas dudas sobre tu vida amorosa.
Así le hablaba su sabia madre a la vez que
acariciaba con ternura las suaves manos de la joven que ahora necesitaban algo
de calor. Mientras tanto desde un cercano cajón sacó un bello espejo, adornado
con delicadas filigranas y coloreadas incrustaciones de piedras semipreciosas,
el cual con especial delicadeza se lo ofreció a su sorprendida hija.
-¡Toma querida Blanca! Ya sé que no conocías la
existencia de este mágico espejo, que fue hecho a mano por alguna de mis
ascendientes y que a través de generaciones ha sido pasado como yo ahora lo
estoy haciendo contigo, pues te diré que tiene el poder de conceder deseos,
sobretodo relacionados con la perfección y la sabiduría personal. Por eso
quiero que tú lo uses ahora, porque estoy segura de que serás más bella, más
sabia y seguramente más feliz que yo. Aunque mientras que tú por ti misma vas
descubriendo las verdades de tu vida, con mucho respecto a tus sagradas
decisiones querría darte algunos consejos.
-En principio te diría que te desprendas de
todos tus tacones, de todas las alzas que ridiculicen a tus pequeños príncipes.
También te aconsejaría que salieras de tu círculo, que cambiaras de mundo; ese
en el que cada uno vive a través de su forma de mirar. No esperes nada del
futuro, tan solo vive el presente, porque la vida es buena si no la forzamos, y
casi siempre nos sorprende con hermosos regalos. De aquí en adelante guíate por
ti misma y libérate de mí, porque tu futuro sobretodo es tuyo.
Después de aquella magna lección, la bella
Blanca veía su vida con nuevos colores. Ahora sin prisas degustaba sus
experiencias sin apegos ni desprecios, tomándolo todo por bueno. Tan solo
encontró una pequeña pega a la que no le daba demasiada importancia, que era la
rara casualidad de que todos los príncipes que encontraba, los hallaba
dormidos, porque aunque se movían y hablaban, ella sabía perfectamente que
andaban como zombis, sumidos siempre en sus egoístas y particulares sueños. De
todas formas con el tiempo se fue acostumbrando a aquella habitual anomalía,
hasta que un día que paseaba buscando la soledad y el silencio, por una
paradisíaca playa en la que la vegetación casi llegaba a la orilla del mar; sobre
la verde hierba de un elevado montículo observó a un hermoso varón,
profundamente dormido, al cual a primera vista no se le reconocían rasgos de
príncipe. -¡Qué bello durmiente más varonil!- Se dijo ella, conforme se
aproximaba cada vez más a aquella armoniosa figura en la que destacaban unos
largos y robustos miembros, capaces de envolver sobradamente con poderoso
abrazo, a la esbelta aunque ahora encogida joven. Y no pudo remediarlo; el
atractivo de aquel joven parecía que tenía imán para ella, hasta el punto de
que casi llegaba a tocarlo. Así pasó largo rato mirándolo y admirándolo sin
poder contener que salieran de su boca entrecortadas frases poéticas que
sonaron como mágicos conjuros liberadores de encantamientos, pues conforme ella
recitaba, los grandes ojos del hermoso joven se iban abriendo cada vez más,
sobre todo al ver la deslumbrante imagen que con igual admiración a él lo
miraba.
-¿Quién eres?-le preguntó el joven un poco
confuso, aunque seguidamente afirmó, -Ya sé quién eres, tú eres la mujer de mis
sueños, la que al parecer ahora has venido a despertarme de ellos, para poder
disfrutar de tu realidad, aunque ahora que te tengo delante, tengo que decirte
que eres mucho más hermosa que la borrosa imagen que yo siempre he soñado.
Poco después sobre un resplandeciente fondo
dorado, las dos esbeltas imágenes caminaban muy cerca una de otra, contándose
mutuamente sus sinceras intimidades, hasta que sus proximidades se fundieron en
abrazo.
-Este encuentro tenemos que festejarlo -dijo
ella. -Sí, sí,-dijo él. -Este amor tenemos que festejarlo todos los días de
nuestras vidas, juntos, para siempre.
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Seguramente que de soledad,
se murió,
mi sueño avandonado.
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