Desde siempre ha habido un árbol,
rebelde y maldito que ha querido crecer y expandirse entre la boscosa masa de
este mundo. Ya, desde su primera presencia en el paraíso de lo extraterrenal,
fue prohibido por el divino mandato de una primitiva Deidad que no quería
competencias desleales a su exclusivo poder.
Aunque posteriormente, por culpa de
un accidental atragantamiento, seguido de una presurosa huida, su perniciosa
semilla fue trasportada y depositada, escatológicamente, sobre la árida tierra
del penoso exilio terrenal del ser humano.
En los primeros tiempos, a esta
semilla le costó mucho germinar en su nuevo suelo, siendo sus brotes
constantemente pisoteados y despreciados
por la maldición que sobre este árbol recaía. Muy pocos atrevidos, en secreto,
comieron sus exiguos frutos; apenas
menudas bayas, productoras de extrañas alucinaciones, incomprensibles por las
pocas referencias mentales, de las que disponían sus profanos consumidores.
Algunos, bajo los efectos de sus
potentes síntomas de liberación, incurrieron en imprudentes declaraciones
contra lo institucionalmente establecido, sufriendo a consecuencia, la
persecución y el martirio de la hoguera o la crucifixión. Quedando los mejor
parados en ser tratados de locos o endemoniados. Cuando se trataba de mujeres,
las denominaban” brujas”, a las que también se les castigaba con el desprecio y
la hoguera.
Todos los poderes de este mundo,
intentaron destruir e impedir la proliferación de este maldito árbol que no pudo ser extinguido por la fuerza,
aunque sí por la astucia, que naturalmente se desarrolla en la rastrera
soberbia del limitado intelecto. Esta astucia, proclamó y sigue proclamando:
que la conciencia se aprende a través de la moral; que la ideología debe ser,
un copia y pega, de la de cualquier líder que se designe a sí mismo, sabedor de
lo que debe ser; que la creencia debe de estar encasillada en los dogmas de la
religión más cercana; que no se debe pensar por sí solo, porque esto lleva a la
duda, a la infelicidad y a la locura. Aunque sí se debe memorizar lo suficiente para que las saturadas mentes,
repletas de superfluos datos, se queden relajadamente en paz.
Entonces, el pueblo se amansó
hipnóticamente y trabajó, luchó y murió, defendiendo siempre el interés de sus
amos. La obligación, la lealtad, el patriotismo y la fe ciega, se convirtieron
en los valores más destacados del ser humano. El poder dominador fue envidiado
y adorado por unos sumisos súbditos que sentían orgullo de servirle.
Las protestas, las revoluciones o las
guerras, eran todas planificadas por los poderes interesados. Todo mensaje del
tipo que fuere, estaba filtrado, censurado e inventado, para que desempeñara el
efecto deseado en el manipulado pueblo. Se desarrollaron muchas distracciones,
movedoras de masas, para controlar al obediente rebaño humano en el apropiado
redil.
Muy pocos se salvaron de esta reglada
felicidad. Solamente gente rara, que parecieron locos, que no reían cuando
había que reír, ni lloraban cuando había que llorar. Extraños humanos amantes
de la naturaleza y de la soledad que encontraron entre el silencio, pequeños
frutos desecados por el olvido, y que a escondidas los degustaron en la
intimidad del sueño. Que hablan y a veces predican, incomprensibles ideas para
un futuro mundo mejor.
Ellos se cosechan sus particulares
bonsáis para su personal consumo. No hay muchos
pero sí bastantes y cada día más, repartidos en todos los empleos y
dedicaciones. Aunque siempre a contracorriente de la homogénea masa que los
rodea.
No destacan físicamente ni en
capacidad de liderar. Pasan bastante desapercibidos hasta que denuncian en
soledad, la injusticia cercana, en contra de lo esperado por el cómplice
silencio de la domada colectividad.
Ese árbol prohibido, siempre fue
perseguido, talado, quemado e ignorado por la inmensa mayoría; manipulada,
uniformada y convencida de que la verdadera ciencia del saber se encuentra en
los adelantos tecnológicos y no en la capacidad de comprender, de empatizar, de
perdonar, de sentir la verdad a través de cuestionarlo todo, aunque todo esto
dé lugar a una forma de vida totalmente inestable y llena de dudas.
Por eso atrevidos, comed de este
árbol sus frutos prohibidos y descubriréis la verdad sincera, sin contaminar,
la que os hará libres, la que sentiréis en lo más profundo de vuestra opinión.
Seréis como Dios, juzgareis el mal, sin odio y sin ira, sabiendo que es solo la
pobre torpeza de un mundo atrasado en evolución.
Buscarlo y lo encontrareis. En las
altas soledades de las montañas es fácil dar con él.
El árbol de la ciencia de la
conciencia sigue vivo, exclusivo para seres humanos que no soportan las rejas
que encarcelan las ideas, y que se buscan salidas hacia profundos adentros
donde la libertad se abre hacia infinitos caminos.
Buscad en señales, interpretad
sonidos, leed entre líneas, pues muchas de sus semillas se pueden encontrar,
escondidas, entre las páginas de algunos
libros.
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