LO HE LEIDO, LO HE SOÑADO, LO HE VIVIDO..., YA NO LO RECUERDO, QUE MÁS DA.

lunes, 21 de marzo de 2016

¡Usame amor!




¡Úsame amor! como si fuera un clínex,

para limpiar tus lagrimas,
para sonar tus enfados.
Úsame para lo que te pueda servir,
apenas poco, ya lo sé.
Más úsame. Porque quiero ser;
no más allá de lo que sirvo;
un pañuelo usado por ti.

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El que busca, después de frustrarse en rebuscos

de alguna realidad, en sus bolsillos inflados de sueños,
cargado se notó de algo realmente pesado
que ahora más que antes, soportaban sus piernas.

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No quieras tapar con tu capa

tus vergüenzas exteriores
porque seguro destapas
las que son mucho peores.

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No te tapes la cara

con tu falda, por vergüenza,
que enseñarás tu culo,
sin vergüenza.

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En esta vida, no hay que decir demasiadas verdades

sin dejar de ser suficientemente sincero.

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Esta vida de malos y buenos, es un subconjunto de un conjunto mayor; una visión, solo percibida por el género humano; que aunque real, no lo es tanto, si se mira con otros ojos, separados de dolientes yoes egoístas, o de odiosas justicias que solo se limitan a culpar. Ojos capaces de empatizar, comprender, disculpar, y sobre todo de amar.                   

Por esto, miremos con otros ojos para ver otra verdad, más allá de verdades atascadas en lodazales de suelo. Una verdad que se eleve sobre nuestras bajas particularidades, para poder ver desde la amorosa comprensión, la errada inocencia que a todos nos inculpa. Para que el mal, no nos malee, y nos convierta a todos en malos.
Creamos en el bien sobre todas las cosas, y pensemos, que no hay mal que por bien no venga. Corrijamos y corrijámonos en lo que podamos, pensando que el pasado no existe, y que cada presente es origen de futuro, porque lo echo, echo está, y no se puede cambiar, mientras que el presente es nuestro, para creer que todo puede cambiar, si queremos, que es poder, sobre todo, comprendiendo que la mejor forma para que algo cambie a bueno, es creyendo que no es tan malo. Como todo, como todos, sin salvarnos de nada.
Qué bueno sería que nos sintiéramos, menos individuos aislados, y más humanidad, o mejor: “vida”, plural y conjunta en la que la evolución nunca se hará por partes.
Seguramente en el juicio final, no el dictado por la maliciosa religión, sino el de una luz, que en la antesala de la sombra final, nos haga descubrir lo que nos hemos perdido por no ver mejor la vida que se nos acaba.

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A más, más, y a menos, menos.

A más alabanzas, más avances en lo alabado, mientras que las críticas negativas producen merma en lo criticado.
En la infancia, todo hecho positivo debiera ser alabado. Cualquier pequeña aptitud o actividad positiva, debiera ser incentivada con el elogio, buscando disimular las críticas a los errores con inmediatas alabanzas a la capacidad de poder remediarlos.
Claro está que somos, bastante, lo que nos dijeron que éramos: acertados, trabajadores, dominadores de cualquier tema, o simplemente buenos.
Todavía a cierta edad, nos potencian las buenas críticas. A todos nos gustan y nos animan las alabanzas, Ya que quien quiera corregirnos con amor, mejor sería que cambiara el mal por el error, animándonos a que siempre podemos cambiar.

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Aquellos Domingos de Ramos, soleados de mi niñez, con sus impecables palmeras, distinguidoras de señorío, y las humildes ramitas de olivo, llevadas por suplicantes manos de sencillas gentes.                                                                                                                          

Todo lucía para mí a fiesta mayor, casi celestial me parecía. El señor en borriquilla alabado  por un pueblo unido; decían: amaros los unos a los otros, que se ponga el ultimo el que quiera ser el primero en el reino de Dios, bienaventurados los pobres, los mansos y los que lloran a causa de la injusticia.
Y yo me lo creía, que aquellos que rezaban lo sentían. Aunque ahora sé que me engañaron. Que al marginado, al desahuciado, al refugiado, al pobre, al último, en este reino de beatería, nadie lo tiene en cuenta. Es despreciado y olvidado; si acaso, alguna mísera limosna para rentabilizar la falsa caridad de los injustos abusadores de los sin derechos.
Me engañaron, aquellos que elegantemente rezaban, porque no amaban ni sentían que todos fuéramos  hermanos. No querían que la felicidad ni la vida fueran justamente repartidas, ni sus especuladas  ganancias, obtenidas  a través del sudor y la sangre del mal pagado pueblo. Y las bienaventuranzas las querían para ellos, de lujo y comodidad, de gloria y seguridad.
Me engañaron con sus ceremonias fingidas porque no comparten el pan, ni comulgan con las necesidades de tanta pobre gente que muere de hambre y de frío sin que en nombre de Dios, nadie denuncie a los culpables avariciosos que todo lo acumulan, aunque les sobre, solo por sentir el endiablado poder de “tener”.
Me engañaron sobre el Domingo de Ramos, tan luminoso y divino, en el que en  mi  infancia me hizo sentirme cercano a la gloria, en un mundo casi bueno en el que la fe era una virtud fácil de tener. Y me engañaron, porque aquellos que rezaban con solemne devoción, ahora se, que nunca ha creído verdaderamente ni en Dios, al menos en ese Dios de amor y justicia en el que yo quisiera creer, a pesar de tanto engaño.