He soñado hoy por última vez
que un vuelo de pájaros, de mí se alejaba,
sus cantos de huida que lejos se oían
eran despedidas que tristes sonaban.
Dejaban un campo reseco y baldío
que a solas quedaba apenas sin vida;
mendigando aplausos que lo valorarán,
errando en pasados que lo florecían.
Nostalgias cansadas de rancia memoria
edad envenenada que en nadie confía.
Miré desolado mi pecho desierto
y al ver en silencio mi alma vacía
sentí yo que algo emigraba de mí,
que un vuelo de pájaros, de mí se alejaba,
sus cantos de huida que lejos se oían
eran despedidas que tristes sonaban.
Dejaban un campo reseco y baldío
que a solas quedaba apenas sin vida;
mendigando aplausos que lo valorarán,
errando en pasados que lo florecían.
Nostalgias cansadas de rancia memoria
edad envenenada que en nadie confía.
Miré desolado mi pecho desierto
y al ver en silencio mi alma vacía
sentí yo que algo emigraba de mí,
“era la poesía”.
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Que nunca a nadie le engañe
ese amor interesado
que condiciona sus actos
a ganancias de mercado,
esperando recibir
su esfuerzo multiplicado;
además de gloria eterna,
alabanza o triunfalismo,
santidades meapilas
que solo son egoísmos.
Porque el amor verdadero
es un ágape altruista
que se ofrece gratuito,
más propio del no creyente
que cuando ofrece su amor,
lo dona sinceramente.
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Anoche,
entre sueños de dormivela, me pareció ver, que todo era como un baile Sufí, de
Derviches que giraban sobre sí mismos, en su místico baile en el que se
buscaban puertas de unión con su Dios. Bailarines aparentemente egocéntricos
que giraban y giraban, individualmente, perdiendo seguramente la visión que les
rodeaba; aunque permanecían unidos en su sagrado rito, el cual los cohesionaba
en su aunada fuerza espiritual.
Esta
visión, fue cambiando de forma, para después hacerla semejante al parecido
baile de los astros, en el que todos giraban sobre si mismos a la vez que
enlazaban sus individualismos con una ordenada y compacta unidad universal.
De
la misma forma veía que los átomos, igualmente giraban sobre si mismos para
crear en conjunto, estructuras duramente cohesionadas.
Así,
al final, mi insomne somnolencia pudo
sumar a todas estas visiones, “la del baile de los seres humanos”, en el que
todos giramos igualmente sobre nosotros mismos; egocéntricos y centrados en
nuestros particulares yoes, sobre los cuales, casi todos, pretendemos
vanidosamente, que todo gire a nuestro alrededor. De esta forma percibimos el
exterior como un menospreciado decorado, que apenas existe, condicionado a la
soberbia visión de nuestra despectiva crítica.
En
este baile, también pude ver, que en un principio, nuestra desconectada
existencia no compartía: ni el dolor ni el gozo ni el cansancio ni el hambre ni
el miedo; todos ellos nunca sentidos por seres ajenos al ser que los goza o los
padece. A lo más, nuestras neuronas espejo nos podían trasmitir una leve
empatía de las experiencias ajenas.
De
esta forma vivimos, egoístamente centrados en nuestra particular supervivencia,
en nuestro desesperante deseo de triunfo, y sobre todo, en nuestra penosa
presunción de tener, trascendencia y salvación.
Aunque
después, también pude ver, que al igual que los átomos y los astros; los seres
humanos necesitamos sentirnos en comunidad, para que nuestra realidad sea
verdadera. Una realidad de compacta humanidad que nos haga sentirnos
dependientes de una indispensable unidad
de auténtica existencia, la cual, nunca sería posible sentirla en absoluta
soledad. Porque existencialmente somos partes de ese todo al que pertenecemos. El que nos da identidad, porque
al igual que los astros y los átomos, somos entidades que giramos sobre
nosotros mismos, a la vez que necesitamos sentirnos unidos, salvando nuestras
personales distancias, para formar la plural unidad, de la que somos y nos
contiene.