Los dueños de la
vida”. Los que mandan”. Los que lo tienen todo”, y nunca pierden:
ni con crisis, ni terremotos, cambios
climáticos, guerras, hambrunas o lo que sea.
A ellos nunca les
afecta ningún mal, con sus buenas casas y sus acumuladas remesas de apropiación
indebida. Al contrario, se enriquecen con la pobreza y la violencia. Venden sus
armas, sus máquinas y el combustible para que funcionen. Revalorizan sus
especulativos prestamos, dejando endeudados a los pueblos para siempre, con una
deuda creciente y dependiente de sus caprichosos esclavismos. Para que los
pobres sean cada vez más pobres y sumisos a acatar los miserables sueldos con
los que dicen que se deben sentir dignamente pagados.
Si sus empresas no
son avariciosamente rentables, los obreros se quedan sin nada. Si un país cae
en crisis por el motivo que sea, y no tiene dinero para levantarse; tan solo la
caridad puede hacer algo por él, porque el dinero que tienen ellos, solo es
para ellos, bueno. El dinero no, sino los recursos que se pueden obtener con el
dinero, que lo es todo, incluida la mano de obra, que debe de estar trabajando
solo en beneficio de ellos. Porque los pobres no tienen nada, no son dueños de
nada, ni de sus vidas siquiera.
Desde que inventó
el dinero, el género humano cometió un gran error: el de darle valor a lo
brillante y a lo contante aunque de papeles se tratara. Y no a las labores y al
trabajo que producen verdaderamente los bienes que se necesitan para vivir.
“Tanto tienes,
tanto vales”, se dice. Y no se trata de tenencias de sabidurías y habilidades
de oficio, sino de papeles que escrituran una propiedad privada, tan privada
que nadie tiene derecho ni a cuestionarla.
¿Por qué, después
de tanto sacrificio y de tanta lucha por la justicia social, de tanta palabra
hablada y escrita por tantos escritores y profetas de la esperanza, y tantos
que denunciaron y murieron por un mundo mejor, no se ha conseguido casi nada?
¿Pero qué pasa con
la injusticia de los poderosos y la cobardía del pueblo llano? O será solo,
incultura distraída con espectáculos ajenamente competidores que engañan al
aborregado pueblo con ganancias de pantomima.
¿Qué pasa con este
pueblo que no despierta? Para saber que nadie debe de ser dueño de nadie. Que
la tierra, el agua, el aire y la vida, son de todos, y no exclusivos de unos pocos,
que no sé con qué derecho se han apropiado, solo con papeles que dicen: “esto
es mío, y que Dios me lo bendiga”.
Prohibida debería
de estar la propiedad que no fuera de uso personal: vivienda y enseres
suficientes y no exagerados, que deben de ser asignados a cada familia, y que
no debieran querer más. Pues seguro es que todo lo que alguien tiene de más,
otro lo tendrá de menos. Aunque sí debe de haber derechos sociales, conseguidos
con acuerdos democráticos como: cultura, sanidad, alimento, descanso, actividades
lúdicas, protección y libertad para elegir la dedicación y la fe que se
quieran, siendo el respeto a los demás la ley principal.
¿Cuándo llegará esa
tierra prometida, en la que reine la justician y la igualdad, por tantos
luchada, padecida y anhelada?
Ya está bien de
tanto dueño enganchado a esa pecaminosa adicción capitalista, que cuanto más
tiene, más quiere.
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Me parece que me he
descubierto un método para escribir:
Se sueña una
musiquilla y las palabras salen a bailar.
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