Los malos siempre
ganan,
aunque estén en
bandos opuestos.
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Tengo tan pocas certezas,
que solo me quedan mis negaciones.
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A solas exploraré mi aislado
desierto
para buscarme un paraíso,
que solo yo, podré valorarme.
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Son todos los
intentos de cambiar este mundo a mejor; como las olas que siempre se rompen
contra la rocosa orilla. Aunque la insistencia de tantas esperanzadas
ilusiones, más allá de sus aparentes frustraciones; seguramente van
consiguiendo, lentos, aunque irreversibles, desmoronamientos y filtraciones,
que con un poco de fe en el tiempo, acabarán evolucionando hacia suaves inundaciones
de justicia y verdad.
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Vivimos, cada
uno en su mundo, observando la vida cada cual desde su particular centro,
obsesionados en nuestra aislada salvación, en nuestro existencial triunfo; mirando
hacia fuera desde nuestra central existencia, como si un todo de dudosa nitidez
siempre girara a nuestro alrededor.
Errónea visión
que tanto nos hace sufrir, por la constante frustración de no conseguir lo que
nuestra limitada naturaleza casi nunca nos permite.
Es por esto por
lo que esta óptica hay que cambiarla por otra, más plural, humana y verdadera
en la que nos identifiquemos como seres componentes de un ente creciente y diverso
en el que todos podríamos sentirnos como escamas de pez, como gotas de mar, como células de un
cuerpo comunal, como extras de un gran espectáculo vital en el que no hay
papeles principales, sino pequeñas e indispensables aportaciones a un todo que
siempre se sentiría incompleto si le faltara una de ellas.
Pues al igual
que los átomos, en los que en su íntima estructura existe un diminuto núcleo
comparado con la distancia a la cual giran sus periféricos electrones, a la que
se suman los espacios subatómicos, además de la inmensa separación existente
entre ellos. Se podría decir que en la
materia, a la que tanta lógica
solidez le percibimos, existe un inmenso espacio vacío comparado con sus
pequeños puntos materiales. Lo mismo los seres humanos, tan distantes unos de
otros, seguramente somos; diminutos e imprescindibles componentes de un sólido
universal, del que todos somos partes, con cierta libertad de opinión y
movimiento.
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Yo sé que vendrá,
no sé si corcel brioso
o jamelgo de endeble andadura,
aunque seguro será de oscuro color.
De día o de noche, asomará,
con su montura preparada para mi
impostergable regreso.
El bufido de su jadeante
insistencia me anunciará su impaciente espera.
La neblinosa polvareda que levanten
sus improntas pezuñas al llegar
me anunciarán que debo estar presto
para el postrero viaje;
el que seguro me llevará sin
demasiados atalajes,
al trote o al galope hacia un
desconocido porvenir
que no sé si tendrá ruta de regreso
ni meta de llegada.
Aunque a lo mejor, le daré libertad
a mi apegada cabalgadura,
para que al escapar de mí, sin su
desintegrante materia,
pueda yo quedar a solas y volar con
mi esencia
a través de todas las esencias.
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