Ahora, que estoy perdiendo ganas;
que no sé bien lo que quiero, aunque sí lo que no quiero.
Ahora que me paso las horas muertas, apenas sin ganas de revivirlas,
y que se me pasa el tiempo, aparcado en el silencio.
Ahora que el verbo hacer tan solo lo siento, a través de la pregunta ajena,
y que sin descanso, no paro de no hacer nada.
Ahora que quiero olvidarme de casi todo.
Percibo con enojo, una insistente alarma, que se empeña habitualmente en despertar mi pasiva somnolencia;
esa parásita pregunta que nunca descansa de incordiarme, preguntándome:
¿Por qué la vida de mi cuerpo necesita cotidianamente actividad?
¿Por qué no puedo quedarme quieto, más allá de un determinado tiempo,
sin sentirme atacado por el incómodo aburrimiento?
Y perezosamente despliego mis ganas, por si alguna bocanada de espíritu,
pudiera arrastrar mi duda
hacia esa satisfactoria respuesta que me lleve
a una siguiente estancia de
tranquilidad.
Más un leve movimiento interior me hace admirar la paciente quietud del árbol,
que no necesita moverse para estar hermoso y vivo.
Porque quizás lo importante no sea el moverse, sino "sentir el movimiento":
Más un leve movimiento interior me hace admirar la paciente quietud del árbol,
que no necesita moverse para estar hermoso y vivo.
Porque quizás lo importante no sea el moverse, sino "sentir el movimiento":
del aire que oxigena sus
hojas; de la vida que sobrevuela y anida en sus ramas;
de la lluvia, el sol, el
frío o el calor, que en cada estación siente pasar; además de las múltiples
historias personales de las pasajeras miradas que como la mía, lo admiran.
Y sigo, golosamente, buscando el néctar de las respuestas, en seres vivientes móviles, en los cuales se manifiesta, que todas las infancias necesitan mayor actividad.
A lo mejor porque en el “hacer”, reside el “aprender”, y en él, la mayor vitalidad.
Ya que seguramente, ese incordio interior que no nos deja en paz, no sea otro que esa fuerza vital que constantemente quiere estimular nuestro conocimiento.
Incentivo indispensable, alojado en toda existencia, de cualquier clase, para que nunca deje de evolucionar.
Y sigo, golosamente, buscando el néctar de las respuestas, en seres vivientes móviles, en los cuales se manifiesta, que todas las infancias necesitan mayor actividad.
A lo mejor porque en el “hacer”, reside el “aprender”, y en él, la mayor vitalidad.
Ya que seguramente, ese incordio interior que no nos deja en paz, no sea otro que esa fuerza vital que constantemente quiere estimular nuestro conocimiento.
Incentivo indispensable, alojado en toda existencia, de cualquier clase, para que nunca deje de evolucionar.
Aunque mucha de esta
energía, buscadora de altos logros, es acallada y sustituida por otras de
inferiores valores, como la actividad física, de juego o entretenimiento; que
disminuyen y regulan la personal capacidad para quedarse a solas con la
inquietud de querer descubrir.
Espero que mi desgastada
infancia interior, nunca deje que mis envejecidos sentidos exteriores, se
duerman sin sueño.
Aunque últimamente prefiero; que mejor que yo pase por la vida, que sea la vida la que pase a través de mí.
Aunque últimamente prefiero; que mejor que yo pase por la vida, que sea la vida la que pase a través de mí.