LO HE LEIDO, LO HE SOÑADO, LO HE VIVIDO..., YA NO LO RECUERDO, QUE MÁS DA.

miércoles, 24 de junio de 2020

La duda



 
 
 LA DUDA

En aquel hermoso día de primavera que amaneció agradablemente soleado, el sesentón, aunque bien conservado Guillermo, asomado a su elevado balcón, admiraba la belleza de su querida Granada.
Desde aquel barrio periférico llamado, La Chana, el paisaje que se veía era realmente hermoso. Al fondo sobre la "Alhambra", la majestuosa "Sierra Nevada", servía de progresiva unión entre la baja materialidad de la ciudad y la difuminada profundidad del alto cielo.
El jovial Guillermo, al que sus amigos lo llamaban, Willy, estuvo largo rato empapándose de aquel mágico paisaje, hasta que de pronto recordó, mirando hacia abajo, que el motivo de asomarse a su balcón era para ver si las mesas de la terraza del Bar, "Los Marines", situado en los bajos de su bloque, estaban montadas.
--¡Menos mal!--se dijo.--Ya era hora de que pasáramos de fase, en la desescalada de esta odiosa pandemia que nos tiene tan hacinados--.
Seguidamente, Guillermo bajó muy animado a degustar su añorado café.
--¡Buenos días, Carlos!--, le dijo con quebrado ánimo al dueño que además hacía de camarero.
--¡Siento lo de tu padre! Este coronavirus no tiene miramientos con la gente buena.
--¡Gracias, Willy! ¡Qué le vamos a hacer! Tendremos que seguir luchando los que todavía estamos vivos. ¿Te vas a tomar algo?
--Si, ponme un cafelito con leche, para tomármelo aquí fuera, que es donde nos dejan--.
Poco rato después, el atento Carlos, le sirvió su humeante café, al cual, Guillermo, con mucha parsimonia le fue añadiendo el azúcar y moviéndolo; sobretodo buscando a alguien con quien poder desahogar su acumulada necesidad de hablar.
--Seguro que la gente no se ha enterado de que ya se pueden usar las terrazas--, se decía.
Así transcurrió un momento de ruidoso silencio, por culpa de los vehículos que circulaban por la vía colindante, hasta que un poco sorprendido, observó la llegada de un delgado señor, aparentemente de su quinta, que por suerte se sentó en la mesa de al lado.
--¡Muy buenas, buen hombre!--le dijo sin preámbulos.
--¡Buenas!--le respondió, tímidamente el recién llegado.
--Hay que ver lo que han liado los chinos con lo del coronavirus ese--, comenzó diciendo Guillermo, deseoso de entablar conversación.
--¿Qué opina usted de todo esto?
--Perdone, pero es que yo no tengo una opinión segura del motivo de esta pandemia.
--Si está claro; han sido los chinos que querían hacer negocio con las mascarillas y con toda su excesiva superproducción; por eso han contaminado el mundo con ese virus.
--Perdone que yo lo dude, pero es que las cosas, siempre son más complejas de lo que a primera vista parecen.
--¡Vamos a ver! Usted parece que no está seguro de nada.
--Tiene razón--, contestó el hombre, con cara de cansado.
Después de un par de sorbos y de una sonora llamada al camarero, para que atendiera a su inestable contertuliano, el animado hablador, continuó.
--Perdone de que no me haya presentado; me llamo Willy, para los amigos,
¿y usted?
--No sé,--balbuceó, entre el ruido de los coches que en ese momento pasaban.
--¡Ah!, José--, afirmó el acelerado hablador, deseoso de seguir con la iniciada conversación.
--Me ha parecido entender que usted no está seguro de nada. Seguro que no cree
ni en Dios.
--No sé.
--¡Como que no sabe!; entonces es usted ateo.
--No, tampoco; porque mis creencias nunca son concluyentes.
Pues yo pienso, siempre dudosamente, que el ser humano es como un ordenador, con un inmenso espacio programable, aunque limitadamente programado, por una concreta información, genética y experiencial, grabada en sus conexiones neuronales.
Esta limitación de cada ser humano, solo tiene puertas de evolución, hacia colaterales conexiones humanas; además de poder recibir informaciones de todo tipo de existencias; siempre que el referido receptor esté abierto a recibirlas. Aunque también hay malintencionadas informaciones que influyen negativamente en personales memorias.
Todo esto hace que los humanos vayamos extendiendo nuestros conocimientos, aunque con la seguridad de que estamos bastante limitados y contaminados.
Pues estamos programados para oír, para entender, para valorar, para razonar y sobre todo para creer.
Por eso yo prefiero reafirmarme en mis negaciones, mucho más que en mis certezas; ya que la verdad, la tenemos bastante lejos.
De esto, yo le pondría un ejemplo, con el hecho de que queramos reconocer con seguridad a una lejana imagen, antes de que una evolutiva caminata, nos acerque a ella.
También creo que cometemos el error de querer encerrar a cualquier existencia en unos pocos datos, casi siempre inventados; como el nombre, la forma, el color y pequeños detalles con los que pretendemos simplificar; la inabarcable maravilla de un pájaro o una flor, con la limitada visión de nuestros conocimientos.
Ya que para mí, el todo, es un infinito, compuesto de infinitos, infinitos.
--¡Vaya y parecía callado!
Entonces se ve que usted no cree en nada.
--No diga usted eso, hombre que hay muchas formas de creer.
Mi credo, sobre todo, no tiene credo que me fije una concisa creencia, inamovible y concluyente que no me deje libertad para caminar hacia mi personal búsqueda, de la infinita verdad que presiento. Ya que todo debe ser interpretado y traducido a nuestra particular forma de ver, sin que esta, nunca tome valor absoluto. De forma que nuestro credo, debe de ser libre para aceptar o rechazar cualquier mensaje; teniendo siempre muy en cuenta, que hay que mirar lo señalado y no el dedo que lo señala.
 
Porque la verdad, siempre estará, infinitamente más allá, de cualquier dogmatizada creencia.
--La verdad, jefe, es que he entendido pocas cosas de las que ha dicho, aunque sí creo haber comprendido que usted no quiere tener rotundas certezas, para que nada ni nadie limite su libertad mental.
De todas formas quisiera hacerle una pregunta, porque su cara no me suena del barrio: ¿dónde vive usted?
--No sé--, dijo. --No recuerdo la dirección, aunque creo saber llegar; “no se preocupe por mí”--.
Entonces, Guillermo, disimulando ir al servicio, se adentró en el bar y en voz baja, se dirigió al camarero.
--¡Oye, Carlos! Ese hombre que está a mi lado, está loco perdido; no sabe dónde vive y además dice cosas raras, seguro que tiene alzhéimer. Por qué no llamas a los municipales para que le ayuden a encontrarse--.
Seguidamente el preocupado Willy, buscó con la mirada a su recién estrenado amigo, sorprendiéndose por su ausencia; pues al parecer había desaparecido.

--"Pobre hombre"--, se dijo. Y en silencio se sentó pensativo en su mesa, dándole vueltas a las anormales divagaciones de aquel extraño personaje, del que no le quedó más remedio que reconocer que lo había dejado, “lleno de dudas”.

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INSEPARABLES

Teodoro y Doroteo, eran dos jóvenes mellizos univitelinos, de endeble constitución y extraña imagen; ya que eran pelirrojos y con ojos azules; por lo que habitualmente eran objeto de mofa y maltrato por parte de sus desagradables compañeros de colegio; sobre todo cuando contestaban acertadamente a las preguntas de su ignorante maestro; el cual también se unía a la burla colectiva de su aborregada aula, acusándolos de engreídos, porque decía que pretendían saber más que él.
Por eso, Teo y Doro, como se llamaban entre ellos, en su tiempo libre preferían regresar a su rústica casa, un poco alejada de la ciudad, donde podían jugar a sus juegos preferidos sin que nadie los molestara. Aunque la verdad era que entre los estudios y las tareas de campo que tenían que cumplir, apenas les quedaba tiempo para sus juegos, casi siempre relacionados con la imaginación y la fantasía.
Estos dos íntimos seres, que físicamente eran idénticos, tenían diferentes formas de ser; ya que a Teo le gustaba mucho la observación de las pequeñas cosas a través de análisis silenciosos y tranquilos, mientras que a Doro le atraía explorar lo desconocido, lo que conseguía con facilidad al perderse por culpa de ser muy despistado; aunque su mayor e insistente afición era la de hacerle preguntas a su hermano.
Aquel día amaneció un poco nublado, aunque su cálido clima primaveral invitaba a aspirar con gozo el húmedo aroma que lo envolvía.
--¡Vamos Doro que se nos hace tarde!-- decía Teo, preocupado por las obligaciones que casi siempre le entristecían porque nunca le dejaban libertad para hacer lo que quería.
Seguidamente, muy juntos los dos hermanos se encaminaron hacia el colegio, aunque un poco antes de llegar, vieron como algunos de sus compañeros gritaban diciendo, que no había colegio porque el maestro se había puesto malo, que alegría, decían ellos y sentían también los mellizos que rápidamente se volvieron en sentido contrario de aquella estrepitosa algarabía buscado soledades.
--¿Por qué no damos un paseo por el campo antes de regresar a casa?--pregunto Doro, creyendo que la pregunta había salido de su cabeza.
--Bueno, pero que sea corto-- respondió Teo, ilusionado con la idea.
Largo rato caminaron, Teo más tranquilo, intentado admirar todos los detalles del paisaje, mientras que Doro corría alocadamente en busca de algún tesoro escondido.
--No corras hermano, que me llevas a la carrera preocupado por tu habitual
despiste--.
Así se fueron alejando y adentrando en un espeso bosque sin caminos, en el que se dieron cuenta que volvían a pasar varias veces por el mismo sitio.
De pronto, la abundante nubosidad pareció bajarse a ras de suelo, creando una espesa niebla en la que quedaron aisladamente envueltos.
--No te separes de mí--dijo Teo, agarrando con fuerza la mano de su hermano.
De esta forma fueron caminando muy despacito, sin saber en qué dirección se encontraba el regreso, hasta que milagrosamente la niebla se fue aclarando.
--¡Mira, Teo! Se ha ido la niebla y el día está limpio y soleado, ¡corramos a casa!
--Espera Doro que este paisaje es totalmente desconocido para mí--.
Al principio los inseparables hermanos miraron con miedo aquella extraña existencia que los rodeaba, aunque poco después sus pequeños ojos se llenaron de felicidad al ver tanta belleza.
El hermoso colorido, brillaba palpitante, con una luz propia que le daba una vida sobrenatural a lo natural.
Los dos hermanos, un poco incrédulos, observaron cómo los árboles y las plantas parecían que los saludaban.
¡Espera, Doro! No te adelantes que parece que este gran árbol que tenemos delante se está moviendo.
--¡Hola, queridos niños!--dijo con sonora voz, el viejo castaño.
--¡Hola!--respondieron al unísono con entrecortadas voces los asustados mellizos.
--No tengáis miedo que yo nunca os haría daño, porque en esta paralela existencia, todos nos sentimos más que amigos.
--Pero los árboles no hablan--, dijo muy seguro, Doro.
--Perdona que te diga que en eso estás equivocado, porque si se pone verdadera atención, se puede sentir que todo nos habla.
Por eso ahora que estáis receptivos, quisiera deciros que todo lo que podéis encontrar en los libros, siempre ha sido aprendido a través de la existencia natural.
Lo que pasa es que la soberbia humana siempre ha pretendido ser la única dueña del saber, olvidándose de que toda existencia forma parte de la vida; y por lo tanto es vida y vive. Por eso veis con ojos verdaderos que todo lo que os rodea está vivo, y os habla.
Pero no os entretengo más, porque debéis seguir aprendiendo del bosque--.
Seguidamente, Teo y Doro, después de despedirse del sabio Castaño, prosiguieron su novedosa aventura, en la que veían y oían como los animales y los árboles conversaban entre ellos.
--¡Tened cuidado!--dijo una aguda voz desconocida.
--Alguien nos habla-- dijo Doro, mientras Teo buscaba su procedencia.
--Si, estoy aquí abajo, soy la mariquita, ¿No me veis?--.
--¡Hola!--dijo Teo al verla tan pequeñita.
--Tenéis que tener cuidado con los seres pequeños como yo, porque somos fácil de pisar y de pasar inadvertidos; aunque seguro que también tengo cosas que enseñaros, porque los que somos pequeños sabemos de cosas pequeñas.
Por ejemplo, todas estas plantas y florecitas pequeñas que para vosotros son insignificantes, para mí son hermosas y bellas. Por eso os recomiendo que os fijéis en los detalles pequeños de la vida que muchas veces son los más importantes.
Más hay algo para vosotros que ya sois casi hombrecitos que debo enseñaros; aunque para eso deberéis seguirme--.
La pequeña mariquita, entonces, desplegó sus escondidas alitas y levantó vuelo, mientras que los obedientes hermanos se dispusieron a seguirla, sintiendo que avanzaban mucho más de lo que corrían.
--¿Qué es eso?-- preguntó Doro, al ver una interminable extensión, vacía de vegetación. --No sé--respondió Teo, percatándose de que la mariquita se había posado sobre el moribundo tronco de un árbol cortado.
--Perdonad que me dirija negativamente a vuestra especie, porque esta masiva amputación es obra de algunos humanos que quieren imponer su vacía mentalidad, sustituyendo la armonía de nuestra libertad, por muros y geométricas formas, acordes con su limitada capacidad de comprender.
Por eso, además de ir destruyendo y quemando nuestra sabia diversidad, siempre están al acecho, cortando y envenenando a todo brote de conciencia y de verdad que amenace a su primitiva ventaja--.
--¡Muchas gracias por tu preventiva información, ya que hemos entendido de que tenemos que tener cuidado al decir lo que sabemos--dijo Teo un poco nervioso.
--¡Qué bien estamos aquí, aprendiendo de todo!--dijo muy ilusionado Doro.
--Sí, estamos muy bien, pero tenemos que volver; aunque no sé por dónde--.
--Es muy fácil--dijo la mariquita.
--Tan solo tendréis que cerrar los ojos y girar sobre vosotros mismos cinco veces, a continuación, sin abrirlos, andáis ocho pasos y después de un momento de silencio, los podéis abrir--.
Así lo hicieron los inseparables mellizos, agarrados de la mano; quedándose los dos atónitos al abrir los ojos y ver que se encontraban a muy corta distancia de su reconocida casa.
--¡Perdona mamá por haber tardado, es que no hay colegio y nos hemos entretenido.
--No hay nada que perdonar, si tan solo hace media hora que os marchasteis. Aunque es una pena que hoy no hayáis aprendiendo nada.
--No te preocupes mamá que hoy hemos aprendido una nueva forma de aprender--dijeron los dos al unísono.

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A veces pienso que para encontrar mi paraíso,
me estorbaría hasta mi cuerpo.

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