EL ESPANTAPÁJAROS (Micro relato)
De toda la vida, la primavera ha sido una
estación de productivo color.
Como recuerdo, aquellas primaveras en las que este huerto, repleto de vida, lucía sus flores y sus frutos; mientras que yo, vestía mis holgadas prendas, recién estrenadas por mí. Estaban un poco usadas, pero sus vivos colores podían ser vistos desde lejos. En cambio ahora, a este abandonado solar, solo le nacen estériles hierbajos, que no atraen a ningún pájaro. Aunque yo, tan desgastado y descolorido; olvidado en esta desértica soledad; seguramente he quedado, lamentablemente en ser, un tétrico "espanta-primaveras".
-------------------------------------------------------------------------------Como recuerdo, aquellas primaveras en las que este huerto, repleto de vida, lucía sus flores y sus frutos; mientras que yo, vestía mis holgadas prendas, recién estrenadas por mí. Estaban un poco usadas, pero sus vivos colores podían ser vistos desde lejos. En cambio ahora, a este abandonado solar, solo le nacen estériles hierbajos, que no atraen a ningún pájaro. Aunque yo, tan desgastado y descolorido; olvidado en esta desértica soledad; seguramente he quedado, lamentablemente en ser, un tétrico "espanta-primaveras".
Últimamente, cuando camino por mi vida en horas de
escasa imaginación, repetidamente se me aparece el anuncio de un desvío lateral
hacia un nuevo camino, ajeno a mi incuestionada ruta habitual. En su panel
informativo, figura una lista de conectadas creencias de dudoso atractivo, que
no sé el porqué de sus insistentes ofrecimientos a ser valoradas y elegidas, si
sus desencantadas verdades son tan contrarias a las habituales ilusiones de mi individualismo.
Una nueva opción de camino, para mí, por estar
despojado de mis utópicas fantasías; aunque mi enviciada búsqueda de la verdad,
me obliga a parar mi atención sobre la reseñada lita informativa, de una
diferente forma de mirar la vida.
En la referida lista, sobre todo destaca: “la
sana y natural aceptación de la muerte”. Visión normalmente contraria a
la que prevalece en casi todos los seres humanos, que de alguna forma siempre queremos trascender a
nuestra natural limitación existencial, ya sea a través de las religiones, de
la reencarnación, de los extraterrestres o de la indestructible energía; así
como creyendo que: la obra, la fama o la grandeza personal, tienen poder para
dar eternidad. Pretensión desesperante y posiblemente falsa, que se ha hecho patológica
en los humanos. Pues si observamos a los animales y las plantas; ellos, no
parecen aferrarse a sus aisladas existencias, sino que mueren a sí mismos en
favor de ser semillas o alimentos de una armonizada naturaleza, en la que lo
importante es la vida que en ella se manifiesta.
Por eso, esta nueva forma de mirar, me dice que la
muerte, debe de ser aceptada sin trascendencias personales, en favor de una
vida que constantemente brota de sí misma. A sabiendas de que “todo
lo que tenemos y somos, son valores prestados” que debemos devolver,
íntegramente, cuando morimos, sin que nada pueda salir de esta creciente
existencia que usa nuestras pequeñas vidas como milimétricos pasos de su
constante engrandecimiento.
Otra reseñada verdad de este nuevo camino, es que
para andarlo hay que despojarse del “yo”. De ese “yo”, de nuestra existencia
temporal que esencialmente sirve para que, sacrificándolo, liberemos un amor
que sobrepase el dolor y la soledad de nuestras pequeñas cavidades, casi
estancas al sentimiento plural del “todo” que nos contiene, ya que ese “yo”, primitivo en
nosotros, es incompatible con el amor. Porque mientras que digamos y
pensemos que amamos en favor de nuestra salvación, de nuestro público reconocimiento
o de nuestra individual autoestima; todas nuestras buenas obras no serán fruto
del amor, sino del egoísmo.
Esta nueva forma de mirar, posiblemente sea la más
difícil de mantener, ya que la natural
óptica de nuestro cuerpo, tiende como resorte a volver a su particular visión. Siendo esta, seguramente, una
herramienta usada por el “todo”, para verse a sí mismo desde infinitos puntos
de vista.
No obstante, a través de una pequeña distorsión
visual, conseguida por medio de una relajada ausencia de sí mismo, se puede,
poco a poco, ir sintiendo que nuestra limitada identidad se va abriendo a sentirla
en todo lo que amamos. Percibiendo con agrado que más que un “yo”, somos un
“yos”, plural e íntimamente conectado, en el que nuestra pequeña individualidad,
como gota de agua en el océano, podría sentirse más “todo” que parte.
Todas estas vinculadas ópticas que me impone este
nuevo desvío, para andar por mi vida, tienen un denominador común, que es, el
que me obliga a desnudarme de mí mismo, en favor de poder ver, valorar
y amar, todo lo que soy más allá de mi limitado “yo”. Acto que creo que no me
será difícil; ya que me siento bastante cansado de cargar con ese pesado “yo”, que
desde mi infancia, llevo apegado a mí. Un “yo”, que siempre me obligó a
disfrazarme, seguramente sin conseguirlo, de alguien que tuviera unos valores y
una presencia, digna de la vanidad y el triunfalismo de ese individual y
artificial, “yo”, que siempre se empeñó en tapar mi autentica naturaleza. La
que aspira a liberarse de toda atadura de cuerpo y de alma, para poder ser,
sencilla y universalmente, el que soy.