“SINOPSIS”:
Al
principio, en un metafórico edificio, el principal narrador: Sr. Pencil,
intentará describir la relación conflictiva entre varios personajes
pertenecientes a una misma corporación, los cuales acuden a su sala de
reuniones, donde discutirán de toda clase de matices personales; cada uno
emitiendo su distinto enfoque mental.
Todos
estos personajes, no solamente pertenecen a la misma comunidad; sino que además
representan las distintas mentalidades de un mismo ser, que discutiendo sobre
sus particulares puntos de vista intentarán llegar a presidir su plural
identidad.
En las últimas intervenciones de esta
reunión, un pequeño grupo de mujeres situado en el bajo patio del salón,
criticarán sus marginadas intervenciones, destacándose una de ellas llamada
Sensíla, que será invitada a participar en la comunal polémica. También un
menudo personaje, igualmente situado en la platea, intervendrá con gran
convencimiento.
Al final,
el Sr. Pencil, presentará el acta de la reunión a todos los participantes para
que sea leída y firmada. Aunque observará con dolida disculpa, la presencia de
la dueña del edificio, la cual expondrá la ultima palabra.
Algunos de los personajes serian:
Pencil – Narrador/ Cartesio – Mayordomo / Hubris – Presidente /
Angélico – Amoroso / Miralles – Fotógrafo
/ Narciso – Expositor /
Hipólito – Astrónomo / Hidalgo – Héroe / Agustín – Catador /
Victimes – Abogado defensor / Market –
Comercial, calculador /
Sensila – dedicada a S. L. / Y el Niño,--
principal ponente de la decisión final.
CAVILACIONES EN UN HUMANO EDIFICIO
Sí, ese era el lugar, ya que sobre su alta
puerta figuraba el rotulo que lo
designaba: “Salón de usos múltiples”.
Tirando
de mi maleta rodante, repleta de archivos, empujé la rechinante puerta
entreabierta para pasar a su interior. Se trataba de una gran nave escasamente
iluminada que no me era del todo desconocida. Allí se celebraban las reuniones
corporativas que tenían lugar cuando algún cambio importante lo requería; tales
como poner al día ciertos estatutos de convivencia.
Desde
el fondo observé, como se acercaba una zigzagueante figura, confusamente
atareada en su laboriosa ordenación.
--¡Hola Sr. Pencil!-- me dijo, --¡Hola Sr.
Cartesio!-- le respondí, y sin perder tiempo siguió con su ágil torpeza
intentando poner cada cosa en su sitio.
Cartesio
es un mayordomo; un servidor venido a
más, pues no recuerda señor a quien sirviera; así que pudiera decirse que
es jefe de sus propios quehaceres.
Cartesio,
carraspea, si, carraspea mucho, es la
música de fondo de sus dedicaciones. Normalmente comienza muchas gestiones, aunque de unas se va a las otras sin terminar ninguna. Tiene problemas de memoria además de una elevada
dosis de despiste. Él se tiene por mañoso y presume de su meticulosa paciencia, mientras no
haya nadie que lo moleste, ya que si se
siente observado, su delicada concentración no da pié con bola. De todas
formas, según la señal que pronto me hace, indica que ha terminado; que todo
está dispuesto para que comience la que se supone conflictiva reunión, por lo
que delegando en su conciso permiso, me dispongo a abrir la puerta.
Fuera,
una gran muchedumbre de variada calaña, parecía tener intención de entrar, por
lo que valorando; que aunque todos
pertenezcan al superpoblado edificio donde se hallan las múltiples oficinas y
talleres afincados a la misma firma; no
serán todos los que deban tener voz o voto sobre lo que en esta congregación se
decida. Así que informo de que solo pueden pasar los más representativos de
cada zona o sección.
De
esta manera van pasando por orden jerárquica hasta llenar todos los asientos
que se encuentran orientados hacia un mejor iluminado escenario, donde
destacados tertulianos discutirán las decisiones a elegir.
Pasado
un prudente tiempo, suficiente para que la numerosa asistencia apacigüe su
ruidosa compostura, mi poca representativa persona, situada sobre el realzado
escenario, se dispone a presentarse.
--Me llamo, “Pencil”, y soy el secretario:
escribiente, archivador de todos los historiales conocidos y por conocer. Siempre
hablo sin parar, atropellando el escaso fluir de mis ideas. Soy aficionado a
leer en sonrisas y sobre todo en lágrimas; interpretador de medias tintas,
presumo con torpeza de ser adivino de pasados, heridos. Tambien pretendo
coleccionar: sonrisas, silencios y soledades, repletas de sueños que siempre
temen bajarse a la realidad.
Seguidamente,
intentaré narraros con mi escasa capacidad oratoria, todo lo que aquí
acontezca, abriendo, “acta,” al final, para que coste y sea firmada por vuestra
aprobación.
Para
tal acontecimiento, con sumo respeto y consideración, me atreveré a llamar para que suban a esta estancia superior donde
comenzará la oficiosa tertulia, a los que a continuación voy a citar.
Primeramente
llamaré al que por ahora es el actual presidente de esta comunidad: ¡el Sr.
Hubris!
Mientras
sube os diré que el Sr. Hubris, en sus horas libres, trabaja de político de
pacotilla. Ocupa no sé qué cargo en un no sé qué partido que lucha por no sé
qué ideología, aunque eso sí, siempre que habla públicamente, convence con el
imperativo de una verdad difícil de comprender, a una inconsciente minoría que
alucinada, asiente con el pobre
comentario, de: ”que bien habla”.
¡Tome
asiento Sr. Presidente! Que ahora le sumaré merecidos acompañantes a su digna
señoría, que iré nombrando y presentando.
¡Señor
Angélico! ¡Suba Vd.!
El
Sr. Angélico, es noble y pacífico. Siempre que tiene ocasión, intenta ayudar
cuando lastimosamente se le requiere. De pequeño quiso ser santo aunque nadie valoraba
su ingenuo comportamiento. Después quiso ser profeta, aunque no solamente
desconocía el futuro sino que además, no tenía ni puta idea del presente. Al
final, se quedó solamente en ser, director espiritual de esta agnóstica
comunidad.
¡Señor
Miralles! No se haga el distraído y suba.
El Sr
Miralles, trabaja de fotógrafo.
Guardador de imágenes, colecciona
un álbum extensísimo de todas sus
experiencias visuales. Siempre está pendiente con su vieja cámara de cualquier detalle que atraiga su especial
atención. Le entusiasman: los amaneceres y las doradas puestas de sol. Le gusta
la naturaleza, la hierba verde y la flor. Le atraen los animales, aunque mucho
más si vuelan. Le gusta el mar y los ojos que lo miran con amor. Y sobre todo
quisiera poder ver el alma de toda la existencia que siente y presiente.
¡Señor
Narciso! Vaya subiendo por estas escaleritas que fueron diseñadas por Vd.
El Sr
Narciso, es expositor. Tiene una sencilla sala de exposiciones en la que casi siempre
expone sus propias obras. Ya que tan solo deja exponer en ella, a los que de
antemano le firmen, ser devotos admiradores de sus incomprensibles churros
artísticos. Comenzó varias artes aunque no avanzó en ninguna. De pequeño
dibujaba animalitos y paisajes que desde lejos no estaban mal, también hizo
esculturas de escayola que comenzaba, queriendo que fueran una cosa y terminaban
siendo lo que el frágil yeso les permitía. En sus estudios profesionales se le
daba bien la forja artística, en la que
ganó algún que otro concurso que nunca dejó de comentar. Después le dio por
escribir las tonterías que pasaban por su cabeza; normal, el pobre
engreído siempre creyó tener dotes
artísticas.
¡Señor
Hipólito!¡Ascienda hasta aquí que Vd. está acostumbrado a las alturas!
El Sr
Hipólito, a veces se dedica a la astronomía,
o simplemente a mirar las estrellas, aunque es bastante bipolar, seguramente
contagiado o mejor de nacimiento, por algún trauma mental que siempre lo ha
tenido bastante dislocado, Cualquier insignificante tormenta que amenace
desestabilizar su cobarde paz, lo hace hundirse en la más profunda tristeza de
su ratonera, o mejor dicho, de su palomar, en el que habita: un desmantelado ático,
muy desordenado interiormente, sobre todo atiborrado de libros en los que
predomina el tema fantástico. Cuando amanece algún día bueno para él, se le oye
cantar y bailar alocadamente en la adyacente azotea, acompañado por alguien que
ahora mismo no sabría decirles quien es. En fin, ya hablando nos conoceremos
mejor.
¡Señor
Hidalgo! No corra que tenemos tiempo para todo.
El Sr
Hidalgo, tiene varias actividades; practica el montañismo, donde respira las
limpias ideas de las altas cumbres, lo malo es que al bajar a la contaminada
urbe, su elevada paz, se convierte en indignada rabia. También es crítico de
miserables avaricias capitalistas, que
opina que son las mayores culpables de todos los males de este mundo. Le gustan
las canciones protesta, los libros protesta y las películas protesta, que
sobretodo tengan un buen final, porque lo que más le gusta es tener fe; fe en
la vida y en las personas; fe de que algún día habrá un mundo justo y feliz, ya
que a veces dice que hay que creer hasta en Dios.
¡Señor
Agustín! Suba y perdone que le ofrezcamos solo agua.
El Sr
Agustín, se dedica al gozoso oficio de catador. Es catador de vinos, carnes,
pescados, mariscos, y toda clase de manjares, sobre todo naturales, que
merezcan la atención de sus papilas gustativas. Cree tener buen paladar para
todos los sabores de la vida. Cuando anda por el campo o la ciudad, disfruta sintiendo
el variado calidoscopio de olores y colores que a su paso va captando. Sabe
degustar la música y la belleza, entre la que destaca la hermosura femenina.
También dice que le gusta, respirar el aire limpio de la montaña o el mar,
buscando cualquier producto que se pueda cocinar. Aunque lo que más le gusta,
es que lo abracen y lo quieran, y en algunas ocasiones también le apetece amar.
¡Señor
Victimes! Sí, a Vd. le digo, levante la cabeza y suba.
El Sr
victimes, trabaja de abogado defensor, aunque siempre, de sí mismo. Se cataloga
sufridor de todo acontecimiento que le fuerce, lo más mínimo, a tener que
sacrificar su vaga capacidad para actuar. Defiende su estática paz, como un
sagrado derecho sobre cualquier necesidad ajena que atente contra su egocentrismo.
Y en fin, siempre culpa de sus males, a los demás; a la sociedad, y sobre todo
a la vida, a la que considera como indeseable.
¡Suba Señor
Markes! Y no se preocupe por su pelo, que esa escasez ya no tiene remedio.
El Sr
Markes, es fabricante de disfraces. Uniformes
de distinta presentación,
que venden imagen de todo tipo.
También se dedica al dudoso arte de orientar y maquillar ademanes de disimulado
fingimiento, capaces de aparentar valores sin contenido. Este personaje tiene
tantas farsas identidades que nunca puede reconocerse, por lo que siempre se
inventa a sí mismo--.
Dando por terminadas las llamadas; un poco
perdido en mis desordenados papeles, me dispongo a informar al distraído
público, del protocolo a seguir.
--Como han podido oír, he nombrado a los que
se cree que son, los que principalmente deben componer esta asamblea; esto no
quita que si alguno de los de ahí abajo, tiene algo que objetar sobre el tema
que se esté tocando; pidiendo respetuosamente permiso con su alzada mano; será
anotado por este moderador, que le avisará cuando corresponda, para que pueda
participar sin extenderse--.
La mesa estaba suficientemente ocupada,
incluyendo al Sr Cartesio, cuya silla se había auto asignado en un estratégico
extremo, desde donde pudiera remediar las anomalías que seguramente él
advertiría.
--Siguiendo el orden del día me dispongo a
que haga uso de su mando al Sr Hubris, ¡Señor presidente! Tiene usted la
palabra para dirigir y darle apertura al acontecimiento que nos reúne--.
El Sr
Hubris, levantándose de su presidencial silla se dispone a intervenir.
--Reconocido
auditorio, a sabiendas de que soy el más idóneo para este cargo, optaré por
destituirme, poniendo a vuestra disposición mi presidencia, la que sin duda
recobraré, al final de esta asamblea en
la que volveré a convenceros de mi merecido puesto. Así que desde ahora, paso
mi mando eventualmente a mi subordinado secretario Sr Pencil.
--¡Gracias Señor ex-presidente! Es por tanto
que usando mi circunstancial mando en funciones, ahora me dispongo a dar
apertura al esperado evento. Así que
humildemente sugiero que comencemos por discutir acerca de varios temas, tales
como: “los valores que deben priorizar en
nuestra comunidad”, “el mejor sentido de vida
para nuestra plural existencia”, “el credo que queremos que mayormente
nos identifique”, “y sobre todo, la elección del nuevo presidente de nuestra
corporativa entidad”.
Sobre todas estas cuestiones y muchas más,
pueden ustedes pleitear, con el orden de intervención y de materia que
prefieran; aunque recomiendo que no se atropellen en sus comedidas
intervenciones. Así que tienen todos los aposentados en este escenario, la
palabra--.
Seguidamente, solo se sintió un inentendible
murmullo, sin que nadie se atreviera a destacarse en voz alta; por lo que al
prolongarse demasiado dicha incertidumbre, no me quedó más remedio que estimular
el atascado comienzo, para lo cual elegí a uno de los tertulianos para que
comenzara.
--A ver, Sr. Hubris! ¿Qué opina Ud. del valor
principal para nuestra Corporación?—
Entonces, con mirada desafiante, el Sr. Hubris, estiró su postura
dispuesto a soltar su elocuente parrafada.
--Pues miren Ustedes, no queriendo yo ser el
primero por mi natural prudencia, a sabiendas de que me lo merezco; quiero decirles
que el principal valor, sin lugar a duda, es “la grandeza”, en todos los
aspectos. Por eso nuestra digna corporación debe de centrarse, por encima de
todo, en que sea vista como la mejor, no permitiendo que nadie nos haga
críticas negativas, porque lo más importante es tener amor propio y el orgullo
de creer en sí mismo, defendiendo siempre la personal identidad y a la que
pertenecemos, hasta el punto de ser envidiados por todo lo ajeno a nosotros.
Para eso debemos de manifestar siempre nuestras numerosas virtudes--.
En
este momento fue interrumpido por el Sr. Angélico.
--Perdone Sr. Hubris, la verdad es que yo no
estoy muy de acuerdo con su forma de valorarse a sí mismo, ya que a mi parecer,
lo más importante en esta vida es el sacrificio a favor de los demás. A esto se
le llama “amor”, y ese es el principal
valor para mi humilde opinión. Basados en él, debemos creer y evolucionar hacia
un elevado estado de desapego de nuestro ego, hasta alcanzar la liberación de nuestro lastre físico, para que
sea nuestra
alma la que verdaderamente le dé entidad a nuestra verdadera existencia
espiritual.
--¡Venga ya, san memo!—Contestó con desprecio
el Sr. Hubris, prosiguiendo.
--Tú lo que eres es, un tonto, cobarde, que
no tienes reaños para enfrentarte a tus enemigos, y pretendes dignificar tu
despreciable postura con esa memez de la santurronería, y ya no te digo más,
porque me estás sacando de quicio--.
Pasado un breve y mascullado tiempo, observé que el Sr. Narciso se
disponía a intervenir.
--Permítanme Uds. que les corrija a los dos.
No hay que ser ni tan soberbio ni tan humilde, sino hacerse valer a través de
méritos. Para eso yo, podría serviros de guía en ese gran valor que
naturalmente tengo, y que les voy a proponer. Pues yo opino que “el triunfo” es
el valor que nos separa de la
mediocridad y nos hace ser: seres predilectos, importantes y admirados.
--¡Pero a dónde vas tú, a orientarnos en
nada, si eres un batato en eso de triunfar!—Interpeló con altivez el Sr.
Hidalgo, prosiguiendo con su espontanea intervención.
--Lo mejor que puedes hacer es rendirte a
encontrar en esta vulgar comunidad, la capacidad suficiente para hacer algo digno de fama o triunfo, y dejar que los demás propongamos un
valor más popular y practico; por ejemplo el de “la justicia”. Pues yo animo a
esta aunada colectividad a que persevere en luchar por la igualdad, los
derechos humanos y la justicia social. Para eso, sobretodo, habrá que tomar
conciencia de las penalidades de ese gran pueblo obrero del mundo, y en
consecuencia, participar en las manifestaciones que contengan estos fines; así
como, denunciar las injusticias cometidas por los poderosos explotadores que no
tienen escrúpulos para enriquecerse a costa de la miseria de los pobres.
--¡No se exalte Ud. Sr. Hidalgo!—Le dije,
intentando frenar su acalorada critica.
Más procurando seguidamente forzar el
relevo, hallé entre los participantes, la pasiva y escondida postura del Sr.
Victimes, al que decidí increparle para que interviniera.
--¡A ver, Sr. Victimes! ¿Y Vd. que nos dice?
--¡Yo! Yo mejor no diría nada, ya que he
venido sin querer, desde mi cómodo inconsciente, a esta patraña que considero
una pérdida de tiempo, intercambiando verborreas mentales que no llevan a
ningún sitio. Porque la mayor culpable de todo, es esta puta vida, que no sé
con qué directriz asigna las caprichosas diferencias entre los seres de este mundo,
que dan lugar a que unos, irremediablemente, dominen y abusen de los otros.
Aparente injusticia que no tiene remedio, porque la maldad egoísta está
arraigada en toda existencia, de forma que el arreglo de este desarreglo solo,
a lo mejor se conseguirá después de que
todo se destruya, en la paz de la inexistencia. Por eso el único valor que
propongo es el de “la pasividad”; procurando llevar nuestra vida lo más
apartada posible de cualquier altercado; e intentando practicar, siempre que se
pueda, algún ejercicio de relajación que haga que nos despreocupemos de todo lo
exterior a nuestra indiferente comodidad.
--¡Hala! Sigue durmiendo tío, que eso es lo
tuyo—contestó el Sr. Agustín, que prosiguió su intervención.
--No se dan Uds. Cuenta que a esta vida se
viene a disfrutar todo lo que se pueda. Que sí, que hay muchos problemas e
injusticias, ante las cuales apenas se puede hacer nada; tan solo aprovechar
los buenos momentos y saborearlos. Pues si nos fijamos tan solo en lo bueno que
nos pasa, siempre podremos gozar de las pequeñas cosas, que seguramente
abundan. No tengan duda, el valor más importante es el “optimismo”; esa postura
que hay que tomar hasta en los peores momentos, sobre todo en los propios,
porque a los problemas ajenos, que le vamos a hacer, que cada uno aguante su
vela; porque seguramente cada uno tiene mucha culpa de lo que le pasa. Hasta se
dice que muchos están penando las culpas que cometieron en otras vidas. Por eso
no hay que ser demasiado malo, vallamos a que después nos reencarnemos en una
sufriente existencia, o peor todavía, que sea verdad eso del infierno. Así que,
a querernos a nosotros mismos, que eso es amor propio, y lo demás, es impropio--.
Mi
espera a la siguiente intervención, ahora se alargó demasiado, dándome tiempo a
observar el ambiente general de la silenciosa congregación. Los arriba seleccionados para encabezar la polémica
cavilación, se veían claramente adormilados, mientras que en el patio inferior,
tan solo quedaban salteadas presencias, igualmente a punto de caer en la
insensibilidad. Por lo que observando tal escenario, decidí aplazar dicha
reunión, hasta una próxima ocasión propicia, que sería anunciada a cualquier
intempestiva hora, con un iluminado letrero de llamada.
Algún indeterminado espacio de tiempo más
tarde, mi adormilada percepción, fue despertada por algún sonido, ajeno al
habitual silencio nocturno; el ruido en cuestión era un mortecino rumor, que pronto
percibí que venía de mi exterior. Miré la hora y extrañado observé que solo
eran las cuatro de la madrugada, por lo que adoptando mi típica indumentaria,
fui al encuentro del sonoro parloteo. Y sí, allí estaban, moviéndose como
estrellitas en la oscuridad; un grueso grupo de componentes de nuestro
existencial edificio con sus lucecitas frontales encendidas, esperaban a la
entrada del “salón de usos múltiples”, intercambiando por bajines sus azoradas
opiniones.
--¿Qué os pasa?—pregunté al llegar, un poco incómodo,
esperando que solo uno fuera el que me diera razón de aquel colectivo incordio.
--Perdone Sr. Pencil, soy yo: el Sr. Hipólito,
el culpable de esto; ya que como se sabe, padezco mucho de insomnio, el que hoy
he tenido por culpa de la luna llena, ya que su vivo resplandor se filtra por
las abundantes rendijas que padece mi averiada techumbre. Así que sin poder
dejar de darle vueltas a los temas de nuestra pasada reunión, empecé a
constatar con unos y con otros hasta acabar en este lugar, esperando que
alguien nos abriera para poder seguir discutiendo de esos temas en su apropiado
lugar.
--Bueno, ya que casi todos estamos
levantados, nuestro aquí presente Sr. Cartesio, se encargará de abrirnos y de
acondicionar nuestra sala de reuniones con la luz y sonido apropiados--.
El Sr.
Cartesio, con su habitual nerviosismo se
dispuso a realizar sus conocidas tareas, aunque no con demasiada rapidez, ya
que la iluminación no acababa de alcanzar la luminosidad deseada.
--¡No importa!—le aconsejé con atenuada
autoridad. —Nos apañaremos con esta agradable penumbra, en la que podremos
mejor esconder nuestros adormilados rostros.--
Una
vez aposentados en sus respectivos puestos, me dispuse a dar la palabra a uno
de los tertulianos.
--A ver Sr. Hipolito, ya que Vd. Ha sido el
promotor de este madrugón, si quiere, puede empezar con el tema que no lo
dejaba dormir.
--¡Gracias, Sr. Pencil! Pues sí, empezaré con
mucho gusto comunicándoles mi elevada visión. Como casi todos Vds. saben, por
mi posible extraviada ubicación, intermedia entre dos dimensiones, seguramente
soy el más despistado, aunque a la vez, idóneo para valorar las dos opuestas
formas de mirar la vida. Dos visiones que una siempre desenfocaría a la otra:”
la positiva y la negativa”. Pues si la miramos con una visión positiva y
abierta; la que mira con fe, con admiración, comprensión y amor; veremos una
hermosa existencia a nuestro alrededor, que a pesar de todos los pesares,
siempre lucha por conseguir un mundo mejor. Igualmente veremos que todos sus
habitantes son con diferencia mucho más buenos que malos; y sobre todo que el
mal es producto, del error o de la falta de evolución; defectos que siempre
tendrían arreglo con una educación y una cultura, sobre todo orientadas a
ampliar conciencia social y afectiva. Sin duda esta visión, nos daría; paz,
justicia, bienestar y felicidad, En cambio, si miramos con visión estrecha y
negativa, todo lo veremos a través del odio y el desprecio; nuestro miedo nos
generará, desconfianza y violencia; creeremos que todo lo que no nos beneficia
es malo y merece ser destruido; seremos infelices y haremos infelices a los
demás, hasta el punto que nuestra torpe visión acarreará guerras y abusos
sociales y ecológicos capaces de acabar con el que creemos, inhóspito mundo. De
todos modos, tiene su ventaja la bipolaridad de ver de dos maneras diferentes;
pues además de poder cuestionarlo todo; no hay mejor forma de ver la luz que
desde la oscuridad. Por eso me gusta tanto ver las estrellas desde la oscura
noche, y la luminosa verdad desde mi triste torpeza. Por todo esto, yo propongo
el valor de “la búsqueda”; esa fantástica actitud que utópicamente se empeña en
ver más allá de nuestra humana apertura de ojos--.
Después de la prolongada disertación del Sr. Hipólito, el silencio
pareció crecer en pastosidad, hasta el punto que no tuve más remedio que
romperlo con mi sonora intervención.
--¡Hable Vd. Sr. Miralles, que no ha dicho
nada todavía!
--Hablaré porque Vd. Me lo pide, aunque lo
mío es principalmente la observación. No puedo remediarlo, siempre estoy
pendiente de las pequeñas cosas que me rodean. No me importaría no tener
presencia física, para ser tan solo; sentidos capaces de captarlo todo. Pues yo
veo la vida como un bello paisaje repleto de formas, colores, sonidos y olores,
que siempre esperan ser admirados. Desde que recuerdo, una gran parte de mi
percepción, casi siempre estuvo ajena a mi rutinaria actividad, estando mi atención
mayormente ensimismada en los detalles paisajísticos que me rodeaban.
Nunca pude remediarlo. Aunque creo que mi observación siempre tuvo filtros, a
través de los cuales he visto en la
tosca realidad, otra creada por mí. Una fantasía llena de color y de animada
naturaleza, en la que plenamente me he sentido identificado.
¡Bueno!,
sin querer extender, por lo que veo, mi aburrida exposición, paso a decirles
que mi valor favorito es el de “la observación”, que deberá ser crecientemente
refinada en respeto y admiración hacia lo observado; siendo muy importante para
el uso de dicho valor, la capacidad de alcanzar un estado de concentrado
silencio--.
De
pronto, el Sr. Hubris. Se levantó y protestó enérgicamente.
--¡Si lo llego a saber, no vengo! Para oír a
tanto papanatas diciendo memeces, cuando lo importante es lo que yo he dicho;
destacar sobre los demás, todo lo que se pueda, imponiendo nuestra categoría a
través de una altiva postura y un don de convencimiento como el que tengo yo.
Por eso he estado tanto tiempo dirigiendo esta aborregada comunidad, a la que
pretendo seguir conduciendo.
--Si, si, Sr. Hubris, ya sabemos sobradamente
su forma de ser y de actuar, por lo que ahora, preferentemente, nos interesa
saber lo que piensan los demás, por eso, yo, como moderador de esta asamblea,
prefiero darle la palabra al Sr. Markes, que es el único que no ha dicho ni
pio.
--¡Hola a todos! Sí, yo soy el Sr. Markes. Como
veréis, mi atuendo es elegante y de calidad, ya que yo siempre cuido mi
apariencia. Es muy importante que los demás nos vean como personas dignas; para
eso debemos intentar disimular todos nuestros defectos, mostrarnos con educada
postura, hablando con correcto lenguaje, y en fin, haciendo creer a los demás
que somos mejor de lo que somos.—Entonces, el grito del Sr. Hidalgo interrumpió
el hasta ahora elegante discurso.
--¡Embustero! Sí, Sr. Markes, lo que está
diciendo es que es un embustero.
--Si y no, Sr. Hidalgo. Lo que yo digo
realmente es que la verdad no sirve para nada. En esta vida todo debe de ser
mentira. Por ejemplo: a quien le gustaría que le dijeran sus defectos corporales
sin disimulo, y al contrario, a quien no le gusta recibir alabanzas sobre su
aspecto físico, aunque no sean del todo ciertas. Y es que esta vida funciona a
través del teatro. En ella todo son ceremonias; en los saludos, en las
relaciones sociales y afectuosas; y sobretodo en las relaciones políticas y
comerciales. Por eso yo propongo el valor de “la actuación”; que se aprende con
la educación cívica. Aunque también se aprende mucho en las religiones, donde
se adoptan santurronas posturas, bastante diferentes a la verdad interior del
supuesto creyente. De todas formas, con la verdad no se va a ningún lado,
porque la verdad solo lleva; al fracaso, al rechazo, al castigo, y en muchos
extremos, a la muerte.
--Después de haber oído la verdad, bueno lo
que sea, del Sr. Markez, creo dar por terminada esta confrontada
tertulia…¡Pero, silencio! ¿Qué pasa ahí abajo, con tanto ruido.
--Perdone Vd. Sr Pencil—dijo una voz, con una
clara tonalidad femenina.
--Somos un pequeño grupo de mujeres que nos
sentimos marginadas en este edificio generalmente masculino, y que revindicamos
nuestra especial opinión.
--¡Lo que faltaba, que hablaran las
mujeres!—protestó el Sr. Hebris, aunque pensándolo bien opté por darle permiso
a la portavoz del grupo.
--Suba, suba, señora, y exprese aquí arriba
sus opiniones.
--¡Buenas! Me llamo Sensila. Como verán, este
edificio de perfil machista también tiene sus mujeres, ya que nosotras somos
las encargadas de especiales sentimientos, como el de la sensibilidad, la
ternura o la comprensión; también nos encargamos del sentimiento del perdón y
la empatía; aportamos una gran dosis de intuición, de astucia y sobretodo de
bondad. Claro está que no somos como Vds.; ya que nuestros valores son muy
diferentes, aunque sensiblemente necesarios para que este viejo edificio siga
medio funcionando. A pesar de todo, ninguna de nosotras quiere dirigir nada;
tan solo queremos que se nos tenga en cuenta, principalmente para que aprendáis
de nosotras. Pues somos la estirpe que con cariñoso poder, irá dominando y
salvando un mundo que en vuestras manos acabaría ineludiblemente destruido--.
Al fin iba a dar por terminada la reunión,
cuando observé en las gradas a alguien que al parecer movía su brazo pidiendo
intervenir.
--A ver, levántese Vd. y dígame lo que
quiere.
--¡Perdone, estoy levantado, es que soy de
baja estatura—dijo el que al mirarlo mejor, me di cuenta realmente lo que era.
--Tú lo que eres es un niño, y los niños no
deben de estar en estos debates. Además ¿de dónde has salido? que yo apenas te
recuerdo--.
La
menuda persona, vestida con prendas inapropiadas para su aparente edad, sin
pedir permiso, se dispuso a subir a nuestra distinguida tribuna.
--¡Muy buenas, querida peña! Yo tengo muchos
nombres, como: Paidí, Puer, Buki, Chavo, etc. aunque en esta comunidad casi
todos me conocen por el apelativo con el que me ha señalado el Sr. Pencil: “El
Niño”: Y no es por mi corta edad, ya que soy el más antiguo de este Edificio,
en el que, en los primeros años, solo fui yo su único habitante.
Siempre
correteo, de abajo a arriba y de arriba abajo, compartiendo con todos;
actitudes y conocimientos, aportándoles mi natural curiosidad e ilusión, que
seguramente reconocerán que les ha servido como indispensable y renovadora
energía, necesaria para sus actividades vitales. En estas correrías mayormente
me detengo a jugar en la terraza, junto al palomar de mi gran amigo, el Sr. Hipólito,
con él, comento lecturas de su amplia biblioteca en la que destacan esos libros que tanto me gustan, como:
Corazón, El Principito, Ámi, Momo, y muchos más que siempre acaban en un
esperanzado final.
Mi
ideología aunque es adaptable y variada, debo de reconocer que tiene sus
especiales preferencias y discrepancias; pues no me siento atado a ningún bando
político ni religioso, por mi particular opinión de que en todo lugar hay
personas buenas y menos buenas; destacando esa típica frase de que, “el hábito
no hace al monje”, y que no se pude poner la mano en el fuego por ninguna
apariencia. No obstante, junto a mi otro amigo, Miralles, hemos descubierto,
que si se mira bien, se pueden distinguir a las buenas personas, por la agradable mueca feliz que
manifiesta en ellas, un gran contenido de infancia.
Al
hilo del tema que les estoy comentando, no hace mucho, mi amigo Hidalgo y yo,
nos pusimos de acuerdo en destacar, que las mejores personas de este mundo eran
esas de humilde postura que después de haber padecido; duros trabajos, pobrezas
o enfermedades, sonríen agradecidas al amor y a la vida; y que de mutua opinión,
las identificamos con las plantas naturales, las que después de pasar, lluvias
,fríos y pedriscos, conseguían abrir sus flores, claramente agradecidas a sus
satisfechas existencias.
Casi
todos los aquí presentes, si juzgan con sinceridad, podrán reconocer que mí
disimulada presencia, siempre ha sido el
fondo de sus actuaciones, porque yo soy el que les he dado: ilusión, fuerza,
ganas, curiosidad, fantasía, y sobre todo corazón. Porque eso es lo que realmente
soy; el corazón de este Edificio, sin el cual, todos Vds. solo serían,
ahuecados cacareos vaciados de contenido.
--¡A ver, Niño! Tú no deberías estar aquí,
porque nosotros ya somos mayores y no necesitamos de ninguna ingenua inmadurez.
--¡Perdone Sr. Hubris! Ya sé que nosotros
nunca hemos tenido demasiado feeling, y que su mala dirección ha llevado a esta
comunidad a convertirla en un agrietado edificio, rancio y áspero, que desde
hace mucho tiempo anda manifestándose con huidiza desconfianza y bronco rechazo
a casi todo. Aunque mire lo que le voy a decir: Vd. no es un desperdicio total,
ya que si aceptara mi dirección, podría servirnos para decir “noes”. Para decir
no a los credos egoístas que solo prometen salvaciones excluyentes; no a los
símbolos vacíos de humanidad, que intencionadamente sirven para sustituir a
personas y verdades por engañosos estandartes que solo representan al poder que
los maneja; no a los complejos generados por las necias opiniones que pretenden
auto valorarse rebajando lo ajeno; no a la manipulación de todos esos poderes
que con subliminar técnica, intentan y consiguen, conducir las mentes, como a
domesticados rebaños, a través de miserables pastos de fiesta, folclore,
tradición, distracción y pachanguera creatividad, que con su disimulado careo, procuran
anquilosar las cervicales de un
pueblo, que como ganado de cerda, no pueda levantar cabeza.
Además,
Sr. Hubris, Vd. podría servirnos, para que con serena prudencia, defendiera la autoestima de nuestro
humilde aunque digna Comunidad humana.
Ya sé
que parece que presumo demasiado de mi persona, aunque mi verdad es la de
sentirme vinculado íntimamente a cada uno de mis inseparables vecinos; por eso solicito humildemente al Sr. Pencil, que pregunte a todos los
presentes, si reconocen que mi influencia en ellos, siempre ha sido de vital
existencia--.
Al
parecer, nuestro pequeño personaje, había terminado su larga y convencedora exposición, por lo que reconociendo
que aquel extenso debate, por mi cansancio, pedía su fin, e influenciado por la
última intervención; opté por pedir la votación recomendada.
--¡Querida asamblea! Después de que todos
habéis podido intervenir, opinando de forma tan libre y variada; orientado por
la última intervención, les pido que con la misma sinceridad, voten con sus
manos alzadas, los que crean que es cierto lo que afirma nuestro nuevo
aspirante a líder; el Excmo. Niño, siendo esta votación a la vez valedera para
elegirlo como nuevo presidente de este deteriorado Edificio, que seguro
necesita una renovadora consistencia--.
Al
terminar mi parsimoniosa pregunta, poco a poco, se fueron levantando las manos
de los múltiples asistentes, tanto de los situados en el patio inferior como de
los cercanos a mi destacado nivel; comprendiendo sin tener que contarlas que
pertenecían a una destacada mayoría, por lo que respetando la opinión de los
que no estaban de acuerdo con aquella votación, nuevamente dirigí mi cansada
voz al tumulto comunitario, que ahora manifestaba con mayor volumen sus
encontradas opiniones.
--¡Silencio, silencio; señores! Que ya todos
queremos acabar. Para eso les pido voto, ahora para los que estén a favor de
que siga en su antiguo puesto de presidente, el respetado Sr. Hubris--.
Las salteadas
manos levantadas abajo, se podían contar sin que su número pasara a necesitar
de dos cifras, y entre los arriba congregados, tan solo había cuatro: el Sr.
Markes, el Sr. Victimes, el Sr. Cartesio y el Sr. Hubris, al que me costó
convencer de que no podía votarse a sí mismo. Además de interesarme, tan solo
por curiosidad, el motivo de los votos de los Sres.: Markes, Victimes y
Cartesio, a lo que por orden de cita, fueron contestando.
--Pues yo he votado al Sr. Hubris porque como
saben, valoro las formas por encima de los fondos, y el prestigio sobre la
sincera humildad. Preferencias en las que sin duda, el Sr. Hubris, supera con
creces a nuestro reaparecido Niño.
--¿Y Vd., Sr. Victimes?
--Yo lo he tenido muy claro, porque no me
gustan los cambios, casi siempre provocadores de novedosos problemas que a mí
me dan miedo, y porque siempre se ha dicho “que más vale lo malo conocido que
lo bueno por conocer”.
--A ver, Sr.Cartesio ¿y Vd. que me dice?
--Yo nunca digo nada porque lo mío es
trabajar, aunque debo decir que me gusta la rutina de quehaceres que conozco y
jefes a los que me acostumbro, como el Sr. Hubris, con el que llevo casi toda
mi existencia, obedeciendo sus imposiciones, las que acato con gusto porque valoro
su don de mando; en cambio ahora, no sé
de quién
recibiré precisas instrucciones--.
Al fin
ya todo estaba claro, nuestro nuevo presidente sería el Niño; esa fresca
presencia que con el tiempo la creíamos olvidada, ya que dirigidos por la torpe
altivez del Sr. Hubris; nuestro ya maduro edificio, ha ido deteriorándose en
todos los aspectos. Siendo acometido por la agrietada aspereza que acarrea el
miedo y la desconfianza. También fue negada, con argumentos de innecesaria
existencia, la restitución de nuestra destruida veleta, la cual nos marcaba el
ilusionado sentido de nuestra vida.
Todo
se nos fue degenerando con esa mal conducida visión, que solo se fijó en el
desencanto de las malas experiencias, hasta el punto de que nuestra vida fuera
casi insoportable. Menos mal que nuestro olvidado Niño todavía estaba ahí; en
los escondidos adentros de nuestras bajas gradas, y que poco a poco podremos
dejarnos llevar por él: por su curioso entusiasmo, por su capacidad de soñar y
de ilusionarse por las pequeñas cosas, y por todas esas cualidades exclusivas
de la infancia, tan necesarias para sentir la verdadera felicidad.
Por
eso, intentando que mi voz fuera oída en todo el graderío, pronuncié el
veredicto elegido.
--¡Estimada comunidad de sensoriales vecinos!
Debo de comunicarles con sobrada alegría por mi parte, que ha sido elegido por
la mayoría de los presentes, para que lleve el digno cargo, de presidente de
esta aunada Comunidad: el Excmo. Sr. Niño, y que tal decisión será anotada en
acta, la cual será reafirmada por todos los que así lo quieran--.
Después de mi pregonada sentencia, la abundante concurrencia demostró
efusivamente su gran alegría. Más entre el pequeño grupo de las mujeres, con
gran sorpresa, pude distinguir la inconfundible figura de la Dueña de nuestro Edificio,
por lo que rápidamente me vi obligado a intervenir.
--¡A ver! ¡Un momento de silencio, por favor!
¡Perdón! ¡Excma. Dueña de nuestro edificio, perdone Vd. por no darme cuenta de
su presencia! Sabiendo sobradamente que Vd. debe de tener la última palabra—.
Entonces su segura voz sonó con enérgica serenidad, sin que necesitara
de ser amplificada por ningún deformador artificio.
--¡No se preocupe Sr. Pencil! Que yo ya estoy
bastante satisfecha con la elección que acaba de pregonar. Porque desde
que tomé posesión de este Edificio; ese inadvertido
Niño y Yo, hemos tenido una afectuosa relación en la que no han faltado por mi
parte, los maternales consejos que su infantil comportamiento necesitaba, y que
casi siempre han sido aceptados de buen grado. Por eso Sr. Pencil y demás convecinos; no
tengan duda de que con la rica aportación de los renovadores valores de su juventud y mi sabia influencia para guiarlo, siempre
respetada por él. Esta desvencijada Comunidad tomará un nuevo rumbo, en el que se abolirá el
machismo, la falsedad y el egoísmo, en favor de una positiva visión en la que:
la ilusión, la sensibilidad, la comprensión, la tolerancia, la empatía, la
generosidad, la simpatía y el amor; serán los principales pilares reforzadores
de este viejo, “Edificio”, que deberá
renovarse o morir.