¿Será que Dios es de
izquierdas?
Ese Dios del evangelio
que nació sin propiedades,
de padres que iban huyendo,
en un humilde aposento
y no en altas catedrales.
Que aunque llamaran señor
eligió ser un obrero,
porque siendo servidor
en el reino del amor
el último es el primero.
Que predicó en la montaña,
alejado de los nobles,
sus mejores enseñanzas,
esas bienaventuranzas
ensalzadoras de pobres.
Que rechazó la riqueza
y el usurero comercio
con enérgica violencia,
condenando su existencia
a nunca entrar en su reino.
Que instituyó y predicó
su verdad más importante,
en el que seres humanos
se sentirán como hermanos
si se aman y comparten.
Porque ese Dios mensajero,
que tuvo opción a elegir,
si quiso ser un obrero
y no ser rico usurero,
es que nos quiso decir.
Que si en su reino de amor
no caben los poderosos
ni las privadas haciendas
obtenidas con prebendas
de ricos avariciosos.
"Será que Dios es de izquierdas".
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Por estar tan cansado de estar triste,
a veces necesito descansar.
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MALACTOR Y EL MUNDOTEATRO
Sinopsis:
Un desconocido aunque confabulado poder del gran
teatro del mundo, siempre tuvo un manejado guión para que la mayoría de las
personas actuaran según su interesada conveniencia.
Así, un inadaptado Malactor, siempre se sintió
extraño y poco aceptado.
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Ya desde su más temprana
edad, Malactor, era niño más bien raro, retraído y silencioso que empleaba su
mayor tiempo en extraños juegos imaginativos que solamente él sabía de qué
iban. Motivo por el cual, varias voces preocupadas por su patológico aislamiento,
empujaron al aislado pequeño para que saliera al escenario exterior.
« ¡Vamos, niño, espabila! Que hay que moverse rápido en este competitivo mundo en el que los que no ganan son perdedores. Así que corre y pelea, sin dejar de hincar los codos, que tienes que conseguir un buen puesto en una buena carrera.»
Aunque el casi siempre, ausente y pasivo Malactor, no entendía la insistente pretensión de aquella obsesiva población que con su dudosas recomendaciones se empeñaban en que debía de tener prisa para todo. Ni pudo entender más adelante, la dogmatizada verborrea de los llamados mayores,
que con la misma persistencia le decían:
«Mira muchacho, debes de saber presentarte, sonriendo cuando lo debas de hacer y comportándote seriamente cuando la ocasión lo precise.
Procura tener siempre una personal entonación en tu forma de hablar, siendo tus palabras, decididas y claras. Levanta la cabeza y cuida la imagen de tu cara y la postura de tu cuerpo, que siempre deben de ser simpáticas a la vez que elegantes, porque según se nos ve así se nos trata. No seas ingenuo y ve
siempre con idea, aparentando exteriormente cordialidad y confianza, aunque tu interior siempre desconfíe de todo el mundo, porque "piensa mal y acertarás". Así que no te olvides nunca de actuar según el guión preestablecido en este teatro del mundo.»
Pero el joven Malactor que parecía que no despegaba de su primera infancia; siempre perdido en sus imaginadas fantasías, con su ausente mirada y sus delgadas facciones que le daban un lánguido aspecto de esmirriado extraterrestre; debido a su mala cabeza, no podía aprender aquel complicado
puzle de astutas reglas de comportamiento.
Mientras que el pasivo joven, crecía en estatura, aunque no demasiado en mentalidad, fue recibiendo las mismas repetidas recomendaciones desde distintas fuentes de engreída sabiduría.
Entre ellas, las más destacadas fueron las que le obligaron a marchar con pasos enérgicos y acompasados junto a los que como él desfilaban, a la vez que debía llevar la cabeza levantada y la mirada al frente. Seguramente para que su mente se sintiera alineada con el conjunto, y dependiente de la voz de mando; aunque nunca individual y libre.
También intentaron adoctrinarlo con ceremonias en las que se exigía una constante uniformidad de movimientos, y un credo basado en el miedo, la culpa y la dependencia de una salvación, concedida por asotanados administradores. Los que siempre ponían como principal condición, la de creerse
con fe ciega, de que, él por sí mismo, nunca podría encontrar la verdad.
Además el cansado Malactor, fue recibiendo a través de diferentes medios, así como de la mayoría de las instituciones que tenían algún poder, un mensaje común que abarcaba el obligado cumplimiento de esenciales normalidades, aleccionadas en una población que estaba convencida de que eran
indispensables para ser persona normal. Y que como un insistente bombardeo se les oía pregonar:
«En esta vida hay que ser activo y alegre a la vista de los demás, para que no parezca que eres un vago ni un aburrido.
Sonríe siempre como si fueras feliz, porque todo el mundo debe creer que eres un optimista, apuesto, fuerte, simpático, elegante y triunfador, que no tiene motivos para protestar por nada, porque todo le va bien.
Procura también, poseer muchas cosas que denoten lujo, para que se vea que eres pudiente. Por eso no pares de consumir, para que el sistema siempre crezca en producción y en ganancias que aunque no estén bien repartidas, siempre algo te tocará a ti, sobre todo si trabajas fuerte y sacrificas toda tu vida para conseguirlo. Porque no debes de dudar que en este mundoteatro, solamente serás feliz, si los demás creen que lo eres.»
A Malactor, casi lo convencen aquellas atosigantes voces que no dejaban de corregir su extraña forma de ver la vida. Aunque por suerte o por desgracia, el infeliz adulto, nunca se sintió ganador en nada; motivo por el que siempre se tuvo que buscar una felicidad ajena a toda aquella impuesta
normalidad.
Por eso, deambulando por errantes rutas de semiinconsciencia, a veces el inmaduro buscador, creyó sentir felices sensaciones pasajeras que pronto retornaban a ambientales estados de absurda realidad.
No obstante a él, le pareció que sí había descubierto algo, ya que aquella felicidad, tan competitiva, ruidosa y estresante, que era unánimemente elogiada en el mundoteatro, se dio cuenta de que era totalmente falsa.
Y que además estaba promovida seguramente por un globalizado poder que manejaba y dominaba todos los sectores de un sistema constantemente reconstruido a medida de su interés, que era el de enriquecerse a costa de convencer a una manipulable sociedad; desde los medios informativos y
culturales, la política, las religiones, las pseudociencias, la moda, el deporte competitivo, y de tantas otras formas de hacerle creer a los devotos súbditos de esa manejable sociedad, de que eran ellos los que decidían sus gustos y su manera de vivir, y que por eso estaban dispuestos a trabajar, voluntariamente sin descanso, para tener una inservible colección de, "brillantes nadas", que para lo que realmente servían, era para que una astuta élite, dirigente y embaucadora, viviera con el sobrado tiempo y lujo, que al resto de esa inculta sociedad le robaban.
Después de descubrir aquella desagradable evidencia, Malactor no consiguió ser aparentemente más feliz de lo que era antes, ni tampoco más comprendido por la censora aceptación de la abducida población del mundoteatro; aunque sí le cambió su forma de mirar y de verse a sí mismo y a los demás, a través de valores nuevos, no basados en el aparentemente triunfalismo individual, sino en las sinceras emanaciones de los casi trasparentes interiores, de los confusos actores del mundoteatro que habitualmente trasmitían asumidas tristezas, porque nadie escuchara sus solitarios dolores, o esas verdaderas alegrías que casi siempre hacen llorar.
Elegido camino por el que quiso avanzar, por ir aprendiendo que sólo a través de la sincera valoración y el empático aprecio, se puede reconocer que solamente con el reto que cada persona debe de superar para sobrevivir dignamente, es suficiente para valorarla como triunfadora, y que solo a través de la verdad y el amor podremos ser auténticamente libres y felices.
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