Esta vida es un
frente,
sin retaguardia.
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Llegará el tiempo
de La caída de los Dioses,
en el que, solo el
ser humano, será protagonista de su propio destino.
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La felicidad es
para mí:
Un sillón a la
sombra del sueño, que se ilumina con la paz del silencio.
Un estar, sin ser,
viéndolo todo, sintiéndolo todo, sin dolores ni preocupaciones,
ausente y presente
en espíritu; sintiendo el gozo positivo que elige existir a toda existencia,
por encima de cualquier negatividad que
la resienta.
La felicidad, para
mí es: poder ver, extasiado, el leve
movimiento de las hojas con el viento; los cenicientos impactos de las gotas de
la lluvia sobre los charcos;
el vuelo
atolondrado de los insectos, buscando dulces colores que alimenten de néctar
sus esencias. Poder mirar el cielo, de frente, sin prisas, para dedicarle mi
atención a las caprichosas formas de las nubes, y de noche, perderme buscándome
mi estrella, que imagino será, la que me guiñe especialmente.
Mi felicidad, es la
paz absoluta, desde la que poder paladear con el alma,
la sublime poesía con la que la vida se inspira,
para colorear su naturaleza,
y le pone olor y
música a su sentir de fondo.
Mi felicidad, no sé
si será posible en esta vida, tan turbulenta y ruidosa,
y con este cuerpo,
tan interferente y cobarde, incapaz de sentir una paz verdadera, más allá de
problemas y dolores. Una paz, no egoísta, pringada y conectada a todo,
conseguida a través del amor y el compromiso. Una paz que no sé si tendré,
escondida o ausente, en los recovecos de mí enredada genética, que al parecer,
siempre me llevó a buscar mi felicidad, lejos de la realidad.
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Como planetas
somos, sin luz propia.
Creemos tener
conciencia, poder para elegir y decidir sobre nuestras vidas, y todo nos viene
de fuera. Hasta nuestro interior es externo a nosotros; ya que nuestro cuerpo
es un bien prestado por la naturaleza que combinó y sigue combinando tan
precisas circunstancias para que naciéramos, creciéramos y aprendiéramos, con
tan especial diversidad y particularidad, a través de la cual respondemos como
espejos archivadores de experiencias captadas, a las que llamamos sentimientos.
De los cuales creemos ser dueños, cuando
son ellos los que nos dominan y confeccionan nuestras actitudes.
Creemos tener
conciencia propia, y tampoco ella nos pertenece, ya que es consecuencia de una
diversa programación externa, recibida a través de tantos medios e
informaciones multidireccionales ante las cuales solo disponemos de algunas
compuertas de noes y síes íntimamente sentidos en nuestro archivo
espejo-cerebral para poder, sobre todo, negar lo inaceptable.
Y si no tenemos luz
propia, la pregunta obligada es: ¿De dónde nos viene la luz que nos ilumina? Y
yo, imprudente e irresponsable de la luz que pueda darle veracidad a mi
pasajera opinión. Mirando como la luz de la luna, sin luz propia, ilumina
nuestras noches; y la incredulidad que negativamente me cierra puertas a sentir
un individual centro luminoso que divinamente a todos nos ilumine. Opto por
creer que como el “big-bang”, que al parecer fue la explosión de una individual
nada, que trascendió hacia un expansivo universo lleno de iluminada realidad.
Todo y todos somos consecuencia de una explosión de la ausencia individual,
para que en multitud fuéramos luz real. De forma que toda individualidad, no es
nada sola, en cambio cuando se conecta a otra, se hace la luz.
Solo cuando nos
relacionamos y amamos, se produce la verdadera existencia. El aglutinante es la
luz, lo que nos une. El amor abierto y expandido a través del cual, abrazamos y
somos abrazados, es hoy para mí el único Dios que verdaderamente quiero
valorar. Porque uno a uno no somos nada, apenas espejos, capaces de almacenar
recibidos mensajes en forma de sentimientos, que como caleidoscopios que
constantemente cambian y se interrelacionan, combinándose universalmente con
esa energía que a todo relaciona. La que creo es, más allá de cualquier individualidad, la que verdaderamente existe con luz propia.
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El ser humano nace
con los ojos cerrados, y apenas consigue abrirlos a lo largo de su vida, con
tan estrecha apertura, que no llega a sobrepasar una borrosa percepción,
incapaz de comprender lo verdadero.
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Allí, en el lado
opuesto del miedo,
del odio, de la
desesperanza, de la desconfianza,
de la tristeza, de
la oscuridad, de la negatividez.
Posiblemente habrá
una existencia llena de luz,
donde los
sentimientos, sentidos con algún paladar
exento de cuerpos,
sean
maravillosamente plenos de luminosa paz,
inmensamente
comprensiva con los aparentes defectos y maldades
que desde esta
negativa situación en la que nos encontramos,
creemos ver.
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Últimamente estoy
cerrado,
por obras.
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Siempre conduje mi
vida
detrás de las
mariposas,
zigzagueantemente errado,
en mi búsqueda.
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¿A qué mundo le
pones música, compositor,
cuando creas tu
dulce melodía?
¿Qué colores ves,
pintor,
cuando pintas la
belleza que te inspira?
Dime tú, poeta, ¿Qué
existencia siente tu corazón
cuando cantas la
gloria que tan cerca captas?
Y que yo sin verla
sé, que en esta vida está.
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Veo mal, oigo mal,
y todo me sabe mal.
Y es que me
estorban los oídos para oír,
los ojos para ver,
y mi cuerpo egoísta para bien amar.
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Humanamente, la
mayor sabiduría está,
en saber lo que se
ignora.
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He descubierto, a
mi pesar, que quien no ama no quiere sufrir.
Ni se alegra ni se
duele demasiado. Busca una paz de vacía nada.
No quiere reír ni
llorar. Su vagancia sentimental le hace huir de la vida
activa y
emocionada, para esconderse en la cobarde actitud de no sentir,
para así, no tener
que hacer nada por nadie, ni por sí mismo,
ya que el que no
ama, no se ama.
Me lo he
descubierto, a mi pesar, y no sé el porqué de esta carencia,
posiblemente
genética, aunque me siento culpable y avergonzado
de este cobarde
egoísmo por el que siempre me faltó coraje para amar.
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