LO HE LEIDO, LO HE SOÑADO, LO HE VIVIDO..., YA NO LO RECUERDO, QUE MÁS DA.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Esta vida es un frente,




Esta vida es un frente,
 sin retaguardia.

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Llegará el tiempo de La caída de los Dioses,
en el que, solo el ser humano, será protagonista de su propio destino.

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La felicidad es para mí:
Un sillón a la sombra del sueño, que se ilumina con la paz del silencio.
Un estar, sin ser, viéndolo todo, sintiéndolo todo, sin dolores ni preocupaciones,
ausente y presente en espíritu; sintiendo el gozo positivo que elige existir a toda existencia, por encima de cualquier negatividad  que la resienta.
La felicidad, para mí es:  poder ver, extasiado, el leve movimiento de las hojas con el viento; los cenicientos impactos de las gotas de la lluvia sobre los charcos;
el vuelo atolondrado de los insectos, buscando dulces colores que alimenten de néctar sus esencias. Poder mirar el cielo, de frente, sin prisas, para dedicarle mi atención a las caprichosas formas de las nubes, y de noche, perderme buscándome mi estrella, que imagino será, la que me guiñe especialmente.
Mi felicidad, es la paz absoluta, desde la que poder paladear con el alma,
la  sublime poesía con la que la vida se inspira, para colorear su naturaleza,
y le pone olor y música a su sentir de fondo.
Mi felicidad, no sé si será posible en esta vida, tan turbulenta y ruidosa,
y con este cuerpo, tan interferente y cobarde, incapaz de sentir una paz verdadera, más allá de problemas y dolores. Una paz, no egoísta, pringada y conectada a todo, conseguida a través del amor y el compromiso. Una paz que no sé si tendré, escondida o ausente, en los recovecos de mí enredada genética, que al parecer, siempre me llevó a buscar mi felicidad, lejos de la realidad.

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Como planetas somos, sin luz propia.
Creemos tener conciencia, poder para elegir y decidir sobre nuestras vidas, y todo nos viene de fuera. Hasta nuestro interior es externo a nosotros; ya que nuestro cuerpo es un bien prestado por la naturaleza que combinó y sigue combinando tan precisas circunstancias para que naciéramos, creciéramos y aprendiéramos, con tan especial diversidad y particularidad, a través de la cual respondemos como espejos archivadores de experiencias captadas, a las que llamamos sentimientos. De los cuales  creemos ser dueños, cuando son ellos los que nos dominan y confeccionan nuestras actitudes.
Creemos tener conciencia propia, y tampoco ella nos pertenece, ya que es consecuencia de una diversa programación externa, recibida a través de tantos medios e informaciones multidireccionales ante las cuales solo disponemos de algunas compuertas de noes y síes íntimamente sentidos en nuestro archivo espejo-cerebral para poder, sobre todo, negar lo inaceptable.
Y si no tenemos luz propia, la pregunta obligada es: ¿De dónde nos viene la luz que nos ilumina? Y yo, imprudente e irresponsable de la luz que pueda darle veracidad a mi pasajera opinión. Mirando como la luz de la luna, sin luz propia, ilumina nuestras noches; y la incredulidad que negativamente me cierra puertas a sentir un individual centro luminoso que divinamente a todos nos ilumine. Opto por creer que como el “big-bang”, que al parecer fue la explosión de una individual nada, que trascendió hacia un expansivo universo lleno de iluminada realidad. Todo y todos somos consecuencia de una explosión de la ausencia individual, para que en multitud fuéramos luz real. De forma que toda individualidad, no es nada sola, en cambio cuando se conecta a otra, se hace la luz.
Solo cuando nos relacionamos y amamos, se produce la verdadera existencia. El aglutinante es la luz, lo que nos une. El amor abierto y expandido a través del cual, abrazamos y somos abrazados, es hoy para mí el único Dios que verdaderamente quiero valorar. Porque uno a uno no somos nada, apenas espejos, capaces de almacenar recibidos mensajes en forma de sentimientos, que como caleidoscopios que constantemente cambian y se interrelacionan, combinándose universalmente con esa energía que a todo relaciona. La que creo es,  más allá de cualquier individualidad,  la que verdaderamente existe con luz propia.

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El ser humano nace con los ojos cerrados, y apenas consigue abrirlos a lo largo de su vida, con tan estrecha apertura, que no llega a sobrepasar una borrosa percepción, incapaz de comprender lo verdadero.

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Allí, en el lado opuesto del miedo,
del odio, de la desesperanza, de la desconfianza,
de la tristeza, de la oscuridad, de la negatividez.
Posiblemente habrá una existencia llena de luz,
donde los sentimientos, sentidos  con algún paladar exento de cuerpos,
sean maravillosamente plenos de luminosa paz,
inmensamente comprensiva con los aparentes defectos y maldades
que desde esta negativa situación en la que nos encontramos,
creemos ver.

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Últimamente estoy cerrado,
por obras.

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Siempre conduje mi vida
detrás de las mariposas,
zigzagueantemente  errado,
en mi búsqueda.

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¿A qué mundo le pones música, compositor,
cuando creas tu dulce melodía?
¿Qué colores ves, pintor,
cuando pintas la belleza que te inspira?
Dime tú, poeta, ¿Qué existencia siente tu corazón
cuando cantas la gloria que tan cerca captas?
Y que yo sin verla sé, que en esta vida está.

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Veo mal, oigo mal, y todo me sabe mal.
Y es que me estorban los oídos para oír,
los ojos para ver, y mi cuerpo egoísta para bien amar.

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Humanamente, la mayor sabiduría está,
en saber lo que se ignora.

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He descubierto, a mi pesar, que quien no ama no quiere sufrir.
Ni se alegra ni se duele demasiado. Busca una paz de vacía nada.
No quiere reír ni llorar. Su vagancia sentimental le hace huir de la vida
activa y emocionada, para esconderse en la cobarde actitud de no sentir,
para así, no tener que hacer nada por nadie, ni por sí mismo,
ya que el que no ama, no se ama.
Me lo he descubierto, a mi pesar, y no sé el porqué de esta carencia,
posiblemente genética, aunque me siento culpable y avergonzado
de este cobarde egoísmo por el que siempre me faltó coraje para amar.

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