EN EL CAMINO DE SANTIAGO
En el interior del albergue, un creciente murmullo
comenzó a desperezarse, intentando disimular su incordiante deshora. Mientras
tanto, Marcial, un atlético joven de mediana estatura procedente de Andalucía,
miró por segunda vez la hora en su deportivo rolex.
-Las seis y cuarto,--se dijo para sí, saltando ágilmente
desde la cama superior de la litera que ocupaba, para pasar inmediatamente a
zangarrear con bastos modales a su amigo Pedro, el cual dormía hasta ahora en
la cama inferior.
-¡Vamos Pedro que hay que salir temprano que hoy la etapa
es larga!
-¡Déjame ya, cojones! ¿Para qué tanto madrugar?
A Pedro, no le quedó más remedio que levantarse para
evitar los reincidentes empujones de su pesado amigo Marcial.
Así que usando las
pequeñas linternas frontales, se fueron cambiando, aseando y preparando sus
mochilas para su inminente caminata.
Marcial, aunque
más joven que Pedro, le dedicaba más tiempo a su aseo personal, ya que cuidaba
mucho su ondulado pelo y su siempre apurado afeitado, en cambio Pedro, acababa
pronto, tan solo amarrarse un poco su enmarañado pelo en forma de cola y
echarse una aguilla por lo más preciso.
-¡Vamos Marcial, tanta prisa y termino yo antes que tú!
Al salir fuera del
caldeado albergue, sobre todo por la calor humana, una fría llovizna pareció
abofetearles las caras a los adormilados peregrinos.
-Quien nos manda venir a hacer el camino en el mes de
Abril,--murmuró indignadamente el delgado Pedro, que encapotado en su amplio
impermeable, caminaba torpemente girando todo su cuerpo cuando quería mirar
lateralmente para orientarse.
Al principio se
vieron acompañados por una habitual multitud, que como ellos preferían salir a primera hora, y que poco
después se fue disgregando en distintos niveles de intención y fuerza en la
andadura.
El camino que
empezó suave; poco a poco fue tomando un alto nivel de dificultad, distanciando
aun más a los caminantes, hasta el punto de que los amigos Marcial y Pedro iban
caminando bastante rato en soledad.
Apenas hablaban,
tan solo a veces, Pedro decía: “que frio hace” a lo que Marcial respondía: “es
que eres un quejica”. Así caminaron un buen rato sin apenas acontecimientos que
comentar, a la vista de Marcial; ya que Pedro llevaba un buen rato observando,
como de vez en cuando, a lo lejos, sobre las colinas del camino próximas a
alcanzar, aparecía una esbelta figura, vista a contraluz, de lo que seguro era
un peregrino vestido a la antigua usanza, con hábito y sombrero de ala ancha.
Aunque lo más extraño era que siempre al voltear dichas colinas, el extraño
caminante desaparecía sin saber por qué.
De todas formas,
Pedro, no quería darle demasiado crédito a sus sonámbulas visiones, casi seguro
producidas por aquella lluviosa neblina que destemplaba tan fríamente su
cuerpo.
Al sobrepasar
unos destartalados caserones de piedra acompañados de un característico olor a
vacuno, pudieron ver escrito a mano, el
anuncio de un bar cercano al camino.
-Había que parar y tomar algo,--dijo con cierta
autoridad, Marcial.
-Vale, como tú quieras,--contestó deseándolo, Pedro.
En el interior,
repleto de mochilas y sudorosos peregrinos que anhelaban refugiarse del
constante chirimiri, apenas se veía sitio para pretender desayunar.
-¡Madre mía!¡ Con razón no hay nadie en el camino, si
están todos aquí!--Dijo Pedro con su habitual socarronería.
Cuando pensaban marcharse, desde una esquina alguien los
llamó.
-¡Amigos! Aquí en esta mesa se van unos pocos, podéis
sentaros conmigo.
A regañadientes,
Marcial aceptó la invitación, ya que notó cierto deje en aquella voz que no le
hacía mucha gracia.
Mientras
desayunaban, entre ellos se cruzaron las características preguntas que se
hacían entre peregrinos.
-¿Cómo os llamáis y de dónde sois? Yo me llamo Jordi y soy de Terrassa, ya
sabéis, de Cataluña.
-¡Vaya!--Susurró para sí, Marcial.
-Sí, yo me llamo Pedro y aquí mi amigo, Marcial. Nosotros
venimos desde el otro extremo del mapa, de Andalucía, bueno de Graná ¿Y tú Jordi caminas solo?
-Hasta ahora sí, aunque ya echo en falta compañía, es un
poco aburrido no tener con quien hablar.
-Pues nada, vente con nosotros,--dijo Pedro, deseoso de
tener un interlocutor más ameno con el que poder compartir ideas.
Cuando estaban
cogiendo sus apartadas mochilas, Marcial le increpó a Pedro con un leve empujón
diciéndole:
-No sabes que a mí no me gustan los catalanes.
-No pasa nada, Marcial, se ve un chaval muy majo.
A Jordi se le veía
que era un muchacho corpulento y organizado en sus movimientos, que seguramente
ya había pasado los cuarenta.
Seguidamente
prosiguieron su andadura los tres juntos aunque al principio, el mayor
protagonista entre ellos fue el silencio, hasta que Pedro, incómodo con el
machacante sonido de los pasos, intentó abordar el primer tema de conversación
que se le vino a la cabeza.
-A ver Jordi ¿Y tú qué opinas del tema ese tan candente
de la independencia de Cataluña?
-Bueno yo creo que ese tema no es muy apropiado para este
camino, pero ya que lo preguntas, te voy a dar mi opinión. Yo respeto y me
gustan mucho todas las regiones de España pero me siento muy catalán, hasta el
punto de que no me importaría de que Cataluña fuera algún día un país
independiente, ya que así gestionaríamos mejor nuestra economía y no tendríamos
que depender del gobierno español para mantener y potenciar nuestra lengua y
costumbres.
Marcial que no
podía soportar aquella verborrea separatista, saltó como resorte.
-Perdona Jorge o Jordi, o como sea. Cataluña para
cualquier cosa incluida su independencia tiene que contar primero con España
que es a quien pertenece.
-¡No! Entiendo yo que nadie es propiedad de nadie, y que
la libertad y la democracia son los primeros valores que hay que respetar.
Además, no sé vosotros, pero la mayoría de los españoles no nos tienen gran
estima, por lo que cada vez más convencidos estamos de nuestro deseo de
independencia. la que, ya puestos así, la conseguiremos por las buenas o por
las malas.
Marcial se estaba
acalorando demasiado, por lo que contestó casi violento a las incordiantes
palabras de su indeseado acompañante.
-Eso lo veremos, si hace falta meteremos al ejército,
porque vosotros no vais a dividir una España que con tanto sacrificio fue unida
por los dignísimos Reyes Católicos.
-¡Tranquilos! No os enfadéis, que hablando se entiende la
gente. Yo soy el menos indicado en hablar de esto porque me considero ciudadano
del mundo, y no creo mucho en las fronteras, ya que opino que no debían de
existir, aunque también creo que las autonomías en todo el mundo debieran de
ser lo suficientemente pequeñas para que no surjan en ellas deseos de división.
De todas formas en cualquier confrontación humana lo primero que tiene que
primar es el dialogo, respetuoso y comprensivo, regido siempre por esa esencial
regla llamada democracia.
-Mira tú, Pedro, déjate de tonterías porque en este mundo
están los que ganan y los que pierden, y los que pierden tienen que rendirse ¡y
ya está!
-Pues yo no me rindo ni me rendiré nunca.--Respondió con
firmeza el tranquilo Jordi.
-Ya lo veremos.- Respondió Marcial con una fría mueca
parecida a una sonrisa, sin dejar de mirar a Pedro, al cual le siguió
interpelando.
-Además, tú que no eres catalán, para que te pones a
defenderlos, tienes que definirte porque si no estás conmigo, estás contra mí.
-Bueno, yo quisiera estar con los dos pero me parece que
lo mejor es no estar con ninguno, pues curiosamente os veo parecidos y
enfrentados, y me parece a mí que siempre en la historia de este mundo ha
habido intolerantes bandos, enfrentados y culpables de tantas guerras en las
que han muerto muchos inocentes (de sentirse de parte de ninguno).
Nuevamente el
silencio se hizo dueño de aquel camino que de momento había perdido todo su
sentido.
Pedro que
reconoció su torpeza por intentar cambiar el monótono sonido de los pasos por
la alterada estridencia de las palabras malsonantes, optó por distraer su mente
en la observación del paisaje; este trascurría pesadamente lento, apenas se
movían los homogéneos verdes de los cultivos colindantes, aunque al levantar la
mirada hacia adelante quedó mágicamente sorprendido ya que otra vez divisó la
extraña figura sobre la siguiente elevación del terreno, e igualmente cuando
llegó a la pequeña cima, solo encontró un zigzagueante y solitario camino.
-¿Habéis visto a ese peregrino que llevábamos delante y
que después ha desaparecido?
-¡Ya estás con las tonterías de tus visiones! ¡Que vamos
a ver!—Contestó de malagana, Marcial, que no dejaba de pensar en la
desagradable compañía que se les había pegado, y con la que no estaba de
acuerdo en continuar.
Los tres “amigos”
se fueron distanciando unos de otros, Marcial y Jordi, porque no querían seguir
discutiendo y Pedro, sin darse cuenta, ensimismado en sus cavilaciones quedó
bastante atrasado.
-Qué raro, estaré tarumba.--Se decía.-¿Quién será ese
extraño caminante que me ha parecido ver varias veces?
Poco después, al
sentir unos pasos a su espalda, giró curiosamente la cabeza y un escalofrío de
sorpresa invadió todo su cuerpo, se trataba de aquella estirada figura,
elementalmente vestida y de barba mal cuidada, a la que escasamente se le podía
ver la cara ya que su ancho sombrero la dejaba oscuramente a cubierto.
-¡Buen camino!--Dijo Pedro cuando el lúgubre caminante
llegó a su altura.
-¡Buen camino, hermano!-Contestó amablemente el noble
peregrino.
Pedro,
disimuladamente lo observó, apreciando su raído hábito de color indefinido, y
sus desgastadas sandalias que parecían estar echas de la misma piel de sus
pies, grandes y curtidos por el frio y el polvo del mil caminos.
-Perdone señor mi indiscreción pero me gustaría saber
algo de usted. Mire, yo me llamo Pedro y creo que llevo viéndolo varias veces a
lo largo de este camino, aunque
después siempre lo pierdo de
vista sin saber por qué. Estoy interesado en saber: ¿Cómo se llama, de dónde
viene y por qué viste así?
-Te lo diré a ti, Pedro. A mí me llaman Santiago y estoy
enganchado a este camino desde que le pusieron mi nombre. En mis constantes
andanzas siempre aprendo algo más. Hablo con todos los caminantes que me
quieran escuchar, y con los que sobre todo crean que este camino está vivo,
repleto de vivencias de los sentimientos de los millones y millones de
peregrinos que han pasado y pisado sobre las piedras de esta mágica ruta. Pero
Pedro, me parece que tus amigos se ha perdido ya de vista, a ver si los
pierdes.
-No se preocupe que seguro nos encontraremos al final de
la etapa, además que discutan sin mí, que yo no aguanto desavenencias y se han
empeñado en llevar la razón, uno en contra del otro por culpa de sus
nacionalismos, en los que yo no creo ni me importan, en cambio prefiero
escuchar sus sabias opiniones, que seguro tendrán respuesta para el problema
que divide a mis compañeros y a tantas otras personas que como ellos, tienen
ideas encontradas.
-Mira Pedro, de mí dicen que participé en muchas
batallas, y yo te digo que es una burda mentira, seguramente se mató a mucha
gente en mi nombre, pero nunca en base a mis pacificas convicciones, recibidas
directamente del mensajero de una buena nueva cuyo contenido exclusivo era “el
Amor”.
En aquellos
tiempos, la mayoría de los reyes se empeñaban obsesivamente en conquistar
pueblos y reinos ajenos para someterlos y servirse de ellos, usando las arcas
propias y saqueadas para financiar sus constantes guerras, sin preocuparse de
una humilde población a la que sangraban con abusivos impuestos; sin embargo,
muchas de aquellas gentes primitivas, aclamaban fanáticamente a su rey y
ofrecían sus vidas por unas victorias que ellos creían que ganaban. Por eso,
que ningún habitante de ningún reino o país, crea que su nación le pertenece,
porque los verdaderos propietarios son los que tienen propiedades y riquezas
que explotan, sirviéndose habitualmente de la miseria y la ignorancia de un
pueblo trabajador al que se le engaña fácilmente con banderas.
-¿Y tú dices que eres, Santiago? Bueno, no importa de que
seas real o fruto de mi imaginación, porque yo te creo, y estoy íntimamente de
acuerdo contigo. Que sigas teniendo siempre un “buen camino”, y cuéntale a
todos los que te escuchen esas sabias respuestas que tanto bien hacen. “Adiós”
“Hasta siempre”.
Cuando Pedro se
separó de su esporádico acompañante, aceleró presuroso su paso a ver si
alcanzaba a sus amigos, a los que no vio hasta llegar al único albergue que
tenía la pequeña población que figuraba como final de etapa.
Al llegar buscó
aposento y cama, después usó la ducha con relajada parsimonia, intentando
limpiar su espíritu de todas las impurezas que pudiera contener su cuerpo.
Después con cierta tranquilidad, ya cambiado de ropa, decidió pasar al salón comedor, donde los peregrinos
comían, casi siempre compartiendo sus viandas.
Sí, allí estaban
los dos, aunque separados. Saludó desde lejos con la mano a Jordi que respondió
mecánicamente con el mismo movimiento, pasando después a sentarse junto a
Marcial.
-Perdona Marcial, me he quedado atrás porque me entretuve
hablado con aquel extraño peregrino que os dije, y me ha dicho que es Santiago.
No sé si será verdad pero habla muy bien y sabe muchas cosas, deberíais de
haberlo escuchado vosotros también. Dice que si nos liberáramos de muchos
errores de los que inconscientemente
padecemos, otro mundo mejor sería posible.
-A mí déjame de tonterías porque tú lo que eres es un
loco idealista e imbécil que padece de visiones creyentes en un mundo imposible
en el que no haya desavenencias ni conflictos; un utópico aburrimiento en el
que solo podrían ser felices los simples como tú. Y no quiero hablar más
contigo, así que cada uno por su lado.
Al día siguiente,
Pedro no madrugó. Cuando salió al camino lo hizo despacio y en solitario,
saludaba a los caminantes que lo adelantaban mientras que admiraba la paz del
paisaje. Poco tardó en aparecérsele la conocida silueta de su nuevo amigo que
al parecer lo esperaba sobre la próxima elevación del camino.
-¡Hola amigo Pedro! Veo que vas solo.
-Sí, nos hemos separado, ellos llevan otra marcha.
-No, Pedro, ellos no están haciendo el camino,
sintiéndolo; tan solo andan, porque este camino es como una frontera de paz y
unión en este mundo, para todas las personas que al margen de sus razas y
nacionalidades se quieran sentir verdaderamente iguales.
De ahí en adelante
Pedro caminó unas veces solo y otras
acompañado, aunque siempre procuró ir con gente que como él, sintieran
el verdadero “Camino de Santiago”.