Dejame que te cante para que no te duermas.

Déjame que te cante para que no te duermas,

una dulce protesta para que no caigas en la indiferencia,

una suave serenata que te levante de la paz de los muertos.

Déjame que te cante, hijo mío, una nana,

para que sueñes despierto,

para que no te duermas con los ojos abiertos.

Para que la vida no te pase sin que tú la andes,

y para que si algún día yo caigo en el vacio de sentirla,

tú me la cantes.

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Cuando el árbol frondoso y verde

o la charca serena y trasparente,

cuando el dorado atardecer

o la ola que golpea intermitente,

cuando los dulces ojos de una fémina sensualidad

o la serena mirada de una senil paz;

Quieren decir, con palabras, su poesía,

yo les digo--¡Callad!

y dejad que os la sienta, en silencio.

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Por la enferma dependencia

que de ti, tengo mi amor,

cuando veo que estás bien,

me encuentro mucho mejor.

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Para ver,

no hay como mirar.

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Soy poca cosa;

Endeble de físico y parco en palabras,

torpe de hechos y atolondrado en comportamientos,

pobre soy de atractivo e insípido en porte,

poco interesante, y bueno, porque me da fatiga ser malo.

Ni malicia ni gracia tengo.

Despistado siempre voy, como ausente.

Poco interés tiene mi persona.

Ta solo, me parece que me queda, el buen sabor.

El paladar. El poder degustar con sensibilidad,

los olores, los sabores de la vida.

El poder disfrutar de un cotidiano alimento con la misma exquisitez

que otro más selectamente preciado.

El poder apreciar la belleza, la poesía, o la acompasada divinidad de la música.

Paladar creo que tengo; para detectar los sentimientos ajenos,

para oír el silencio, para soñar, para volar a través de una existencia sobrenatural,

anidada en una cabeza que se olvida de tener pies.

Sabor para saborear las pequeñas cosas de la vida,

para poder valorar, me creo, sinceridades interiores,

para reconocer la verdad entre la abundante apariencia.

Poca cosa soy, lo sé, y a veces quisiera ser menos;

invisible, inexistente. Tan solo sentidos para sentir y amar.

Para que quiero más.

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Hay días tan fríos, que el sol se dice,

“Hoy, ni salgo”.

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Aceptar que nuestra lucha diaria tiene poca paz, da paz.

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Todo el que es desconfiado

seguro que no es de fiar.

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El día que deje de preocuparme, egoístamente,

por mi yo,

que libre será el que de mi despegue.

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Desde mis sombras, veo la luz.

Desde mi prisión, siento la libertad.

Desde mi oscura guarida, veo que existe

un resplandeciente exterior.

Desde mi aterrada preocupación,

presiento un vuelo de gratificante paz

Desde mis dudas, creo creer,

en credo que quiero creer.

Desde mi tristeza, percibo la felicidad

que tanto me echo en falta.