Desde
mi balcón, puedo ver como asoman los primeros rayos de sol. La calle está casi
desierta y una cálida brisa veraniega me hace pensar que es la hora propicia
para escribir.
Preparo
mi aposento y mi móvil, contador de silabas, dispuestos para crear una poesía
de exacta métrica.
-¿Sobre
qué tema escribo?- Me pregunto. Y oigo en mi silencio una silenciosa respuesta.
Me
propongo algunas opciones: amor, alegría, belleza, melancolía, soledad,
tristeza,,,
Aunque
al final solo se me queda, el silencio.
Distraídamente
levanto la mirada y miro el paisaje.
Arriba
la montaña, casi sobrenatural, cuya cúspide entre brumas, parece que quisiera
besar el cielo. “Quien pudiera volar, para en un momento poder llegar a su
altura”. La siento tan lejos y tan cerca, que parece que pudiera tocarla, con
mi obsesivo deseo de identificarme con ella.
Al
bajar la vista, los montes bajos repletos de vegetación me hacen pensar en su
frondosa vida interior. En ella adivino el diverso sonido de los pájaros,
mezclado con la bulliciosa andadura, propia de la pequeña fauna, que
seguramente a estas horas tiene su vigoroso despertar. “Casi puedo sentirlos,
entre la frescura del aire con olor a pino”.
Aunque
a poco, mi mirada va cayendo más abajo; sobre las lejanas casitas, pequeñitas y
amontonadas; y todas las miles de viviendas que pueblan el atiborrado panal de
la ciudad. Y adivino que en cada una hay una particular historia: de alegría o
de dolor, de amor, de maltrato, o de soledad. Pegadas unas a otras, aunque
aisladas y cerradas, sin nada que compartir. Cada vivienda, una prisión
incomunicada, un mundo cerrado, que imagino que podría estar más abierto y
compartido, en el que las alegrías se expandieran, y las penas en común se
consolaran, en una convivencia llena de confianza y amable sinceridad.
Más
un poco desencantado, mis ojos se bajan ahora a la calle. A las gentes que
deambulan por la acera; que se cruzan sin saludarse, casi todos mirando sus
móviles, atendiendo a no sé qué maraña de mensajes personales, que solo esperan
simples emoticonos de correspondido compromiso que les produzcan sonrisas de
satisfacción, por estar adiestrados a su ridículas recompensas; las que les hacen pensar que no están solos, con
sus programados ruidos comerciales, ocupadores de sus robóticas mentes, que no
quieren quedarse a solas con sus aterrados pensamientos, enfermos de desamor.
Aunque yo, al verlos, a veces me gustaría ofrecerles mi confianza para que
liberaran sus estancados pensamientos, a lo que seguramente se negarían,
aludiendo que ellos son felices como son, y que soy yo, el raro, el infeliz que
paso mi vida haciéndome tontas preguntas. Aunque sé que todos tienen una verdad
interior, a pesar de que algunos no lo sepan; una verdad que seguro aflorará si
encuentran a alguien que verdaderamente los escuche con amoroso silencio.
Así
que un poco rendido me vuelvo a mí, otra vez, fracasado de no poder escribir mi
medida poesía, por encontrar en mi interior, una infantil rebeldía, libre y siempre
desobediente; desordenada, caprichosa e imprevisible, y que solo asoma a mí
adulta pretensión, cuando mi ahuecada rigidez mental, se mantiene en ausente
silencio.
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Un
amanecer de dudas, ha forzado hoy mi
despertar a unas madrugadoras preguntas, que me han hecho cuestionarme a elegir
entre lo verdadero y lo falso, de la “felicidad” y el “amor”. Principales temas
sobre los que divago entre la negación y la afirmación, convenciéndome a mí
mismo, primeramente, de que no son verdad, “porque los hemos inventado
nosotros”, los humanos; aunque después se cambia mi postura de ver,
asegurándome, que tanto la “felicidad” como el “amor”, son verdad, “porque los hemos inventado nosotros”. Avanzando mi certeza en la capacidad humana de
construir. Pues seguramente que la felicidad y el amor, son inventos que se
pueden construir, aumentando sus realidades en grados de verdad; elaborada y
perfeccionada. Ya que la felicidad, principalmente depende del bienestar
individual y social, que se puede conseguir: cubriendo necesidades, curando dolores
y remediando injusticias de convivencia, a través de la solidaridad, la
educación y la cultura. Aunque sobretodo la felicidad se puede construir a
través del amor, que también se construye en nuestras conciencias,
fabricándonos interiores habitáculos, siempre abiertos, tan diversos que sirvan
para albergar, comprensiones adaptables a todas las diferentes formas de pensar
y de ser; haciéndonos cada vez más tolerantes y aceptadores, pacientes y
esperanzados, y sobretodo creyentes en tantas hermosas existencias, exteriores
e interiores de nuestra vida, de forma que la felicidad y el amor, vayan siendo en nosotros y en el mundo, cada
vez más verdaderos.
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Conozco
yo un superhéroe
con
poderes especiales
que
puede estar a la vez
en
muchísimos lugares.
Usa
cuerpos diferentes
aunque
su fondo es el mismo
el
que ayuda a mucha gente
con
heroico altruismo.
Este
héroe aunque no vuela,
en
todos lados está,
luchando
contra injusticias
que
sufre la humanidad.
No
es conocido ni líder
pues
voluntario es su puesto
dispuesto
para acudir
donde
haya un salvamento.
Este
héroe sin leyenda
que
nunca usa disfraz
aunque
pase inadvertido
es
para mí el más real.
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