UN COTIDIANO SUPER HEROE.
Un día más el
reloj suena a la misma hora.
Confusamente
después de abrírsele un poco los sentidos, observa que este marca las 6,30 de
la mañana, por lo que salta de la cama sin pensárselo demasiado, antes de que
le venza de nuevo el sueño.
—Es mejor así, hay que ir al trabajo--.Piensa.
Después de un
ligero aseo y un ahogadizo desayuno se dirige a su centro de acción.
Entre la
estridencia del abrir y cerrar de taquillas, acompañado del habitual olor a
humanidad, el humilde héroe se cambia de indumentaria, adoptando ahora un
disfraz de belicosa postura: ceñido uniforme acompañado de recias botas y
áspero cinturón, apropiado para portar defensa y arma corta.
Así queda
dispuesto para comenzar la aventura cotidiana. Hoy en coche, con otro
compañero. Comienza la patrulla, esperando encontrar cualquier acontecimiento
en el que deban intervenir para salvar a los buenos o reprender a los malos.
La sangre cargada de adrenalina posiblemente
cambiaba de color, pues los sentimientos se simplifican a la elemental norma,
“la del deber cumplido”.
De esta manera, con cada problema resuelto,
la seguridad en sí mismo se va acrecentando. A veces tiene que usar la
violencia y otras muchas debe de arriesgar su integridad para intentar salvar a las
personas que se encuentran en peligro.
Todo el variado servicio es como una batalla
repleta de acontecimientos hasta que al
final, venturosamente, se pueda decir al relevo entrante: “Buen servicio”.
Así mi súper héroe, “el policía”, abandona cotidianamente
su excitante trabajo para pasar a ser un humano normal, desprovisto de poderes.
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EL TREN Y LA VIA
En una vía semiabandonada, un usado tren comenzó su
excepcional viaje. Esta vía anteriormente muerta, estaba bastante defectuosa
por lo que el tren empezó a resentirse con ella.
--Perdona que te lo diga pero te siento muy áspera,
deberías de ser un poco más suave.
--No es mi culpa, además, a lo mejor eres tú el que
tienes tu carruaje averiado; deberías mirártelo y no ponerme las faltas a mí,
porque tu traqueteo me está haciendo mella.
--No me provoques que yo soy el que anda y lleva a los
viajeros, el que se esfuerza en llegar a su destino, el protagonista de este
viaje, el cual sin mí sería imposible de realizarse, ya lo dice mi nombre en
forma masculina, en cambio tú ¿Qué eres tú?
--Ya sé, el eterno desprestigio de lo femenino. Sí, yo
soy la vía, la que guía y acompaña a todo movimiento como órbita imprescindible
de toda actividad. Soy camino que sabe de lugares a donde ir. En mí están todas
las coordenadas que cualquier ilusión quiera encontrar.
Imprescindible compañera de viaje de todo lo que avanza.
Mientras tanto, los
inexperimentados viajeros se sentían espantados por el escandaloso ruido, por
el que casi temían un peligroso accidente.
Durante un buen
rato el tren y la vía discutieron de sus desavenencias hasta que poco a poco se
fueron adaptando sus mutuas irregularidades. Entonces el inevitable ruido
proveniente de la fricción entre el tren y la vía se fue aminorando, tornándose
ahora en un agradable palpito que llegaba a recordar, lejanas mecidas de la
niñez.
Fue la vía la que
empezó a emitir su comprensivo mensaje.
--¡Perdóname tren! Yo sin ti casi no soy nada, estoy
muerta sin tu paso, aburrida y solitaria necesito que me describas los paisajes que tú
ves, con los colores de todas sus estaciones.
Que me cuentes algunas historias de las gentes que tu llevas de un lado
a otro, sus sueños, sus esperanzas, sus amores; sí, sobre todo sus amores.
--Perdóname tú, vía mía, que sería yo sin ti, ya que por
mí mismo no iría a ningún lado. Tú conduces mi incapacidad de elegir camino, me
llevas por el único soporte en el que puedo apoyarme. Me das seguridad y
estabilidad, y por lo que te siento, me das ese cariñoso apego que tanto
necesito para que mis ganas de andar estén siempre enérgicamente ilusionadas.
--No te preocupes amado tren, siempre estaré pegada a ti,
pues me has demostrado que eres algo más que una máquina, por eso nuestro amor
será trasmitido a todos tus viajeros que quieran entenderlo.
Mientras tanto en
el interior del tren, su relajante
vaivén hace que cambien de frecuencia
unos ojos infantiles, extasiados con un paisaje que se mueve de una
forma caprichosa. A través de una ventana aparentemente parada puede ver como
los postes y los árboles se mueven en dirección contraria, a la vez que a lo
lejos la tierra gira sobre sí misma. Todo es mágico, casi incompresible, aunque
los ojos infantiles trasmiten claramente una sensación de felicidad.
--¡Abuelo¡ estoy muy contento de hacer este viaje, no
quisiera que se acabara nunca ¿Te has dado cuenta de que el sonido del tren
ahora es mucho más agradable que al principio?
--Querido nieto, esto sólo te lo puedo contar a ti: ese
ruido que sentimos cuando viajamos en tren, verdaderamente es la sonora
conversación entre el tren y su amada vía, unas veces más de acuerdo que otras,
aunque siempre amorosa, por eso siempre que se viaja en tren, se siente un
sentimiento inexplicablemente agradable.
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HAIKU
En el rastrojo
Unos primeros
pasos
Hallan camino.
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Hubo helada
y el vino se
murió
antes de nacer.
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Cortadas por mí
te traigo unas
flores,
agonizantes.
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Sin su brasero
un viejo duerme,
para siempre.
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¡Hola mariposa!
¿Dónde vas errada
con estos fríos?
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Las golondrinas,
traspasaron
naciones
sin pasaporte.
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Sobre el papel,
pinté la
primavera,
y no floreció.
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En mi Granada,
con su blanca
sierra,
se hizo belén.
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Sobre la playa,
hay morenos
imanes
que atraen ojos.
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En el deshielo,
por las altas
montañas
baja la vida.
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En mi otoño,
volví a ver con
ojos
de primavera.
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Muchos amigos,
intercomunicados,
y tan solos.
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Sombras aladas
sobre ramas sin
hojas,
son el relevo.
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